«La foto que más me gusta es una que le tomaron cerca de Yotsuya-Mitsuke, cuando aún era un funcionario. No tendría más de veinte años y su cara refleja el cansancio de la doble vida que llevaba, la de funcionario y escritor nocturno. Es un Mishima aún sin fama, un solitario que parece preocupado por su vida, que de algún modo ya deja traslucir su fervor. Esa foto atrapó un instante fugaz de su juventud, una cierta belleza.»
El eclipse de Yukio Mishima es un retrato íntimo y personal del autor que revolucionó las letras niponas. Ishihara aborda la compleja personalidad de quien fue su maestro y protector, analizando la persona y el personaje a través de su obra, sus espejismos y su patológico culto al cuerpo.
Un testimonio directo que nos devuelve la imagen de un escritor insatisfecho al que vemos subirse al ring en un fallido intento por ser boxeador o durante el rodaje de una película como pésimo actor.
Con la revisión de la figura del malogrado autor, Ishihara ofrece a la vez una panorámica de los círculos literarios del Japón de posguerra, con sus inevitables envidias y rivalidades.
PÁGINAS DEL LIBRO
La mayor fortuna de la que podía gozar la obra literaria de Yukio Mishima en el presente consiste, sin duda, en que al fin ha llegado el momento de que sus obras se lean tal cual, es decir, por sí mismas, ajenas a la poderosa influencia de su autor. Es la lógica del tiempo, una consecuencia inevitable después de los más de veinte años transcurridos desde su muerte.1 Un proceso natural para cualquier otra obra literaria y que en el caso de Mishima se puede considerar afortunado. Dicho sin ambages, su obra al fin se ha liberado de su autor o, más bien, de su alargada y poderosa sombra. Además, el tiempo ha traído nuevos lectores que nada tienen que ver con las circunstancias históricas del autor que las escribió.
La muerte de Mishima produjo una suerte de hartazgo en la sociedad japonesa. No solo dentro del limitado círculo del mundo literario, sino en todo el conjunto de la sociedad. De algún modo, su producción literaria se convirtió en algo molesto, fastidioso. Cuanto más potente es la presencia del creador de una obra de arte, mayor conflicto genera en el público. Algo que, además de innecesario, siempre va en detrimento de los dos.
La reiterada presencia de políticos, deportistas y demás personalidades de la vida pública, tiene un significado distinto pues aporta un valor peculiar en cada caso, pero cuando se trata de literatura, las obras y sus autores deben separarse en algún momento, emprender una vida propia, liberarse del influjo de quien las hizo nacer. No obstante, habrá quien piense lo contrario, que precisamente eso es una condición indispensable, que la unión física, psíquica y sociológica genera un reflejo necesario para el público. Cierto. Por muy artista que sea uno, no puede anular su condición de miembro de la sociedad. Por muy intelectual que uno sea, el mundo real y cotidiano se enreda inevitablemente en su existencia. Una cuestión clave para la mayoría de los creadores consiste, por tanto, en cómo separar lo prosaico y perecedero del mundo real, de los valores sublimados en sus obras. Lo normal es un esfuerzo consciente para borrar de uno todo lo que no sea estrictamente necesario.
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