
Esa fisura radical, alucinatoria, mística, y en cierto sentido, modelo de purificación, constituye el mayor significante de su discurso. El embellece su lenguaje, lo instrumentaliza, pone en juego un estado lúdico de ascesis radical del signo y arrebatamiento espiritual, dejando escabullir la sonoridad interior de sus huellas, empobreciendo así su posibilidad de lo imaginario, lanzando sus sueños en infinitos suspiros de cambio. Es un puro dibujo del apostata, donde reniega y abjura la fe de su interrogación existencial, es un lapsi de la modernidad bajo la presión social de sus dificultades en crear mundos posibles y fantásticos. La salida y abandono de sus derrotas humorizan sus ilusiones, humedecen su humanidad.
De todo modo, esto significa que lo imaginario de ese apostata, le propina un estatuto, que no se ciñe en sus deseos y aspiraciones, sino en sus angustias y temores. Dibuja en lienzo su timidez o audacia, hace notar que tiene un derecho a la libertad de conciencia. Su esfuerzo de aventurarse en otras posibilidades, le muestra que otras huellas son tan atractivas que las huellas que dejo atrás, y le otorgan la formula anticipada de una abanico, donde las aspas dimensionan lo incomprendido del discurso. La singularidad con que asume su papel frente a sus adversarios de huellas, le muestra la realidad como fundamente de su lenguaje.
El hombre, el apostata, lapsi, son todos fragmentos de un discurso acondicionado a la temporalidad. Dimensionado por el acontecer degastado de la palabra, con la que aspiran los que pisaron y dejaron sus huellas que se borran por sus errores. Te es mejor guardar silencio, sin accesorios retóricos y cambiar la lógica verbal de tu discurso, identificándote contigo mismo, asignándole alquimia a tus acciones, expulsando tus emociones metafóricas, con el fin de buscar un lenguaje tan absoluto que se pueda identificar con tu silencio.
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