En una entrevista concedida por Raúl González, director de Alfaguara Infantil y Juvenil, en el marco de la celebración de la Feria del libro Madrid 2008, él sostiene: "es falso que los adolecentes no leen o que lean menos que sus padres". Este enunciado se produce en momento de una aparente crisis de lectura. Sostiene, que uno de los pilares para el buen desarrollo del adolecente en la lectura, son sus padres. Es una afición que nace en el mismo nucleo familiar, pero que se encamina con el sano aporte que hagan los profesores en sus respectivas aulas.
Creo conveniente que saltemos esta gran extensión de agua que separa los continentes para caer en este turrón d
e isla. Los pronunciamientos esgrimidos por Rául González no nos pueden pasar por alto, pues si bien es cierto, que la afición nace en el nucleo familiar y que los profesores deben ser un buen canal de promoción de la lectura o de la continuidad de la lectura, es cierto que por estos predios el asunto no es tan asi. La República Dominicana en término familiar ha venido sufriendo grandes separaciones, los padres son cada día más independiente de sus hijos, los hijos son más independiente de sus padres, y la responsabilidad de los padres la viene a asumir la joven de servicio domestico de la casa o los juegos, creando así entre padres e hijos una gran brecha donde el único puente es el personal, o en aquellos hogares donde no proliferan estos servicios, los hijos son dejado en desvandada.
Un componente algo preocupante, después de ver el trecho entre padres e hijos, es el aporte que puede surgir en las aulas. Los profesores cada día carecen de menos conocimientos en materia de la enseñanza. Hay profesores que no incentivan, que no estimulan la pasión por la literatura, no recrean los grandes relatos fantásticos y de aventura, no promueven ese habito imagin
ativo, la creatividad ficcionaria en el joven, no llevan al púber a encontrarse con la Iliada, El cantar de Mio Cid, El Quijote, entre otros grandes clásicos. Los profesores oscilan en lo pueril, vano y estéril de la lectura, solo se centran en recrear su mundo, un mundo deficiente en todo los ámbitos donde prospera la comunicación del papagayo. Ya no existe ese gran debate entre profesor y estudiante referente a un tema o escrito. Si no es menos cierto, que los estudiantes ha querido dejarse llevar por lo fácil, donde solo prima el querer pasar una materia, no es menos cierto de igual modo, que los profesores no ponen un muro de contención para detener ese mal habito.
El adolescente, el niño desde una edad temprana debe encauzarse por el sendero que lleva al enrequiciemiento del saber. Ser vasos comunitivos entre padres e hijos, que ambos puedan debatir, argumentar, argüir los temas que florescan de la lectura de algún libro. El padre deber ser el tutor por excelencia de sus hijos, que el padre lo ensarte, lo engarse a la literatura fantástica, que es la forma que adopta en el siglo XIX el antiguo género del romance. Que el padre adose, vincule a sus hijos para una lectura del León en invierno de William Shakespeare, El campanario de Herman Melville, El rey del Río Oro de John Ruskin, entre otros grandes escritos, que podrían ser la diferencia entre un mancebo que ha sido instruido, aleccionado en el facinate mundo de la lectura y otro adolescente que solo deja fluir, destilar el tiempo entre sus manos sin ningún compromiso.

Un componente algo preocupante, después de ver el trecho entre padres e hijos, es el aporte que puede surgir en las aulas. Los profesores cada día carecen de menos conocimientos en materia de la enseñanza. Hay profesores que no incentivan, que no estimulan la pasión por la literatura, no recrean los grandes relatos fantásticos y de aventura, no promueven ese habito imagin

El adolescente, el niño desde una edad temprana debe encauzarse por el sendero que lleva al enrequiciemiento del saber. Ser vasos comunitivos entre padres e hijos, que ambos puedan debatir, argumentar, argüir los temas que florescan de la lectura de algún libro. El padre deber ser el tutor por excelencia de sus hijos, que el padre lo ensarte, lo engarse a la literatura fantástica, que es la forma que adopta en el siglo XIX el antiguo género del romance. Que el padre adose, vincule a sus hijos para una lectura del León en invierno de William Shakespeare, El campanario de Herman Melville, El rey del Río Oro de John Ruskin, entre otros grandes escritos, que podrían ser la diferencia entre un mancebo que ha sido instruido, aleccionado en el facinate mundo de la lectura y otro adolescente que solo deja fluir, destilar el tiempo entre sus manos sin ningún compromiso.
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