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El oficio de escribir

El oficio de escribir, es uno de los enunciados de mayor inquietud entre los artesanos de las letras. Así como el alfarero se empeña en modelar una pieza de barro, el cual, producto de su imaginación y destreza creará un arte visual, de igual modo el oficio de escribir para un escritor será su puntapié para trazar su imaginación, creatividad en un trazo de papel.

Pero, ¿Por qué un oficio? entre los círculos manufactureros, creativos e imaginativo no se habla de profesión, ni siquiera de una actividad y le creen mejor mencionarle un oficio a este programa preconsevido por los hacedores de las letras. Le va mejor por lo intrincado en el idioma y la sociedad. La consideración social del trabajador fue producto de las etapas mediavales, donde era de común entre la latinidad decir opus (obra) y facere (hacer). hacer una obra. Es común escuchar tal persona es un profesional de tal disciplina, es decir, alguien a quien se le otorga un título, que deja sus huellas por las aulas de una universidad o centro enseñanza especializado, y de ahí viene el mote de profesor, es decir, el defensor de lo que asumió como parte de su formación por las aulas. Un caso contrario, el escritor, el cual no tiene ni título, ni enseña, ni cree en nada, simplemente hace una obra.

¿Podemos comparar a un escritor con los oficios de artesanales? son muchos los defensores del oficio de escribir que han buscado una conexión funcional del escritor con el albañil, el mecánico, el ebanista, el carpintero, entre otras ramas del oficio artesanal, pues así como el escritor tiene como instrumento para dar cortes certeros a las letras, así aquellos oficios utilizan el alicate, el volante, la garlopa, la sierra. Si procuramos producir una comparación entre oficio del escribir y los oficios artesanales puede derrivar en un engaño. El escritor no conoce su oficio, pues no es de imaginar a alguien que ejercer un oficio que desconoce. En tiempos mediavales para ser admitido en los gremios debía tener una entera vocación artesanal, si era un neófito debía transcurrir largo tiempo en el aprendizaje de dicha vocación y con el tiempo, madre de toda experiencia, debía llevar a cabo una serie de obras para ser reconocida por el senado de los agremiados mayores.

En una ocasión Garcia Lorca en una entrevista publicada en 1935 confesaba: "Cada mañana olvido lo que escribí en la víspera... A veces, cuando veo lo que pasa en el mundo, me digo: "¿ Para qué escribir". Pero es preferible trabajar, trabajar. Trabajar y ayudar a quien lo merece. Trabajar, incluso si se dice a veces que se trata de un esfuerzo inútil. Trabajar como una forma de protesta"

Si supiera... Si el escritor supiera , dejaría de ser escritor. Si supiera lo que hay más allá de una página en blanco, sería un autómata. Y cuando culmina una obra, que en un principio no sabía en qué iba a consistir, lo aprendido no le sirve para la obra siguiente. Lo fundamental de un oficio es que el que aprende a poner baldosas ya sabe ponder todas las baldosas, en cambio, el escritor que da por iniciada una segunda obra ha de olvidar completamente la primera, borrarla de su cabeza, para meterse en un nuevo laberinto de dificultades que ha de sortear a partir, una vez más, de una página en blanco.

Cualquier artista plástico por lo poco que sepa de su profesión, sabe lo que va a hacer, aunque de un modo aproximado. Ningún arquitecto proyecta una ermita y le sale una catedral; ningún pintor piensa una taberna de Montmartre y el resultado de su obra es la familia real. Los profesionales: médicos, herreros, ingenieros, cocineros entre otras asumen grandes riesgos, pero ninguno como el escritor, el cual asume la desdicha y la absurdez de la condición humana. En cierto sentido, la misión de éste sería comparable a la de Cristo, que se echó a las espaldas todos los pecados de la humanidad, pero el escritor se limita a echarse encima los detritus de la sociedad. Su papel no es la de un redentor, sino el de un vertedero o una cloaca.

El escritor se dedica a poner todo su empeño en hacer aquello que no sabe. En asumir y comprender la soledad o el sufrimiento que los otros no comprenden ni asume: la soledad de la mujer que sufre los embastes de nunca ser amada, la soledad de los desamparados sociales, que ven en un escritor el suspiro escapatorio de su irealismo. El escritor es capaz de inventar un castillo inexistente para deambular por él y sentir la angustia del hombre perdido por las crujías de los castillos inexistentes.

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