Ir al contenido principal

El entierro de la crítica

9 junio, 2007 - José Andrés Rojo


Terminó el encuentro de nuevos narradores que organizaron la editorial Seix Barral y la Fundación José Manuel Lara, y Sevilla queda ya muy lejos. Se había escuchado durante alguna de las jornadas anteriores el topicazo de que la crítica no sirve para nada, pero estrictamente fue ayer el día que se había establecido para tratar de este género tan desprestigiado. Podía haber resultado un asunto enojoso, pero reinó el buen humor. Acaso siguiendo la práctica de muchos novelistas, que tanto petróleo han sacado de la muerte de la novela, los críticos proclamaron ayer que la que estaba de verdad muerta era la crítica. Así que decidieron enterrarla.

El viejo afán de elaborar argumentos para defender el propio gusto, la búsqueda de relaciones entre unas obras y otras más lejanas o anteriores, la exploración del contexto en el que se producen y de las referencias biográficas o generacionales de quienes las han producido, la voluntad de descubrir el motor que alimenta una pieza determinada y las estrategias formales que despliega, el complicado desafío de razonar unas preferencias y de establecer una jerarquía de valores, el arriesgar unas señales para no perderse en la selva de títulos que aparecen cada año… Cultivar, en definitiva, el espíritu crítico heredado de la Ilustración. Todo eso ya no sirve.

No sirve en un mundo donde todo vale. Así que hicieron bien los críticos, y todos los demás que los acompañaron, en enterrarla para que así descanse en paz. Junto a la novela. No es mala fórmula para que permanezca y para ahorrarse los habituales exabruptos de autores y editores que la denostan y que luego la celebran si el balance luce a su favor. Dos veteranos del oficio, Juan Ángel Juristo y Luis García Jambrina, fueron los que tuvieron que abrir un debate en el que se veían ya fulminados por el peso incombustible del lugar común. Pero fue un narrador, Ricardo Menéndez Salmón, el que empezó defendiendo la importancia de la crítica y reconociendo cuánto lo había ayudado para elegir sus lecturas. Como lo que dijo fue bastante sensato (son imprescindibles argumentos que ayuden a deambular por esos escaparates repletos de novedades), lo que los otros críticos (Toni Montesinos y Jordi Carrión) hicieron, junto a todos los demás, fue coger las palas, llenarlas de tierra y cubrir cuanto antes el cadáver. Y así se pudo empezar a hablar con un poco de sentido común.

http://blogs.elpais.com/el_rincon_del_distraido/2007/06/el-entierro-de-.html#more



Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr...

Grandes esperanzas (Fragmentos)

«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos. [...] ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa. ―Pip, señora. ―¿Pip? ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar... ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien. Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte. ―Mírame ―me dijo miss...

Las muchas lenguas de Kundera

La primera novela de  Milan Kundera ,  La broma,  es la historia de cómo una ironía leída por quien no debería –escribir en una postal “El optimismo es el opio del pueblo”– arruina la vida de su protagonista en la Checoslovaquia comunista. La última,  La fiesta de la insignificancia  –que su editorial en España, Tusquets, saca a la calle el 2 de septiembre– relata en uno de sus capítulos como Stalin relata una historia que puede ser, o no, un chiste, aunque descubrirlo no es sencillo: si por casualidad no es un chiste y es un delirio de dictador, puede costar la vida al que se ría a destiempo. En medio, transcurre la vida de uno de los escritores europeos más importantes del siglo XX, cuya existencia podría ser definida como una gran lucha contra un mundo que ha perdido el sentido del humor. Los chistes son un ángulo magnífico para contar la historia del comunismo en Europa Oriental y la URSS: “Qué hay más frío que el agua fría en Rumania? El agua caliente”...