En la vida de Rose, una cocinera de 105 años, no hay espacio para las posturas tibias. Así lo quiso y así lo escribió Franz-Olivier Giesbert en su novela La cocinera de Himmler(Alfaguara). El periodista y escritor francés ha diseñado en su nuevo libro una mujer irónica, divertida, inteligente, vengativa, capaz de amar con pasión y odiar con la misma pasión. “Rose soy yo, pero también la persona que me hubiese gustado ser”, afirma Giesbert (Wilmington, Delaware, 1949), de un padre de origen alemán, escocés y judío, que emigró a EE UU durante la Primera Guerra Mundial y que volvió a Europa para participar en el desembarco de Normandía, donde conoció a su madre.
La vida de su criatura literaria permite descubrir algunas de las tragedias que se sucedieron el pasado siglo en Europa, ciertos dramas de pueblos masacrados, la muerte de millones de seres humanos. Así lo cuenta el viejo editorialista y responsable literario del diario conservador Le Figaro y el biógrafo feroz de presidentes (Chirac, Mitterrand, Sarkozy...): “Sentía interés por narrar en una novela alguno de las grandes dramas que nos han rodeado en el siglo XX. Fue un tiempo de violencia constante por parte de individuos como Stalin, Hitler o Mao, capaces de matar sin piedad y de provocar masacres”. Europeo convencido, Giesbert considera que las grandes atrocidades nos deben llevar a aprender para que nunca más se repitan tales barbaridades. “Aunque la Historia nos demuestra bien toda la repetición de la necedad humana”, apostilla.
Su centenaria cocinera regenta un restaurante en Marsella, pasea con una pistola en su bolsa y tiene pensamientos eróticos cuando se cruza con algún joven interesante. Marcada por dos hombres y un siglo de existencia, Rose se toma la justicia por su mano para aniquilar a todos aquellos que le han hecho daño a lo largo de su vida. Y lo hace. Con inteligencia y poco ruido.
El autor asume que parte de la personalidad de Rose es suya. “¿Qué mejor manera para crear a un personaje que descubrirse uno mismo?”, lanza Giesbert, que también se anima a hablar de sus ácidos retratos de las personalidades antes citadas: “A Sarkozy no le debió de gustar mucho mi trabajo, porque durante cinco años estuvo pidiendo mi cabeza. Pero cuando se analiza a un personaje no se puede ser tibio porque entonces pierde interés”. La pregunta surge casi a botepronto: ¿Hará una biografía sobre Hollande? “No. Hacer una buena biografía tiene mucho trabajo y ahora estoy en otro momento. Me apetece escribir más novelas. Me lo paso bien y es bastante más rentable. François Hollande es un hombre muy inteligente aunque, como todos, de vez en cuando cometa torpezas. ¿A quién no le ha ocurrido?”.
Asegura que La cocinera de Himmler es “un alegato por la vida”. Mientras lo dice coloca dos móviles junto a él. El escritor está impaciente porque espera una llamada que le anuncie el nacimiento de su segundo nieto. Y aprovecha para exhibir una discreta felicidad, no sin motivo: “Cuando uno supera un cáncer se da cuenta de lo corta que es la vida y de que hay que disfrutarla con intensidad y amar con pasión, aunque a veces se cometan errores y te des cuenta después de la tontería que has cometido”.
Rose, la mujer con la que se siente tan identificado, es vengativa al extremo algo que él comparte. “Ese también es mi temperamento. No he vivido guerras, pero sí pequeñas tragedias. La violencia familiar estuvo presente en mi casa. Mi madre era golpeada por mi padre, golpes que yo también recibí, y fui violado por un vecino en Normandía, donde crecí junto a mis cuatro hermanos”. Todos estos sucesos están registrados enL’Américain, una de sus novelas de mayor éxito. “Me habían diagnosticado un cáncer y quería dejar resuelto todo. Quería contar a mis hijos cómo era su abuelo y también mi obstinación de no perdonarle en vida lo que hizo”.
El periodista y escritor lamenta profundamente no haber cerrado ese capítulo de su vida antes de la muerte de su padre. “Mi madre, profesora de filosofía, insistía en que le perdonase pero la obstinación y la juventud me llevó a mantener posturas intrasigentes”. Recuerda que cuando era niño hacia lo imposible por vengarse de su padre: “No le podía devolver los golpes, pero trataba de que su vida no fuese fácil o cómoda”, puntualiza Franz-Olivier Giesbert.
El Pais
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