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En honor a la Palabra

El uso de las palabras para expresar nuestra necesidad, como ese estado de cosas necesario si no puede ser de un modo distinto del que es, nos proporciona las cuerdas vocales que al silencio le hace falta. Cuando la palabra se revierte de acción deja en si un despojo, un esqueleto, la carcasa que subyace en el silencio en cumplimiento de establecer una diferenciación entre lo físico que esta por expresarse a través de las cuerdas y lo subjetivo que dormita en nuestro fuero. Esa gran afirmación que expresa Nietzsche en el Zaratustra, palabras tan concluyentes que crean mareas irresistibles a la vigencia de las ideas que volantean en nuestra cabeza “Son las más silenciosas palabras las que provocan la tempestad”. La instrumentalización de la palabra en tal sentido, nos hace encauzarnos en la protección de cuidarnos de las palabras mansas, porque de las bravas conocemos su letalidad dardiana, su totoxidad, su agilidad y habilidad de escurrirse en nuestros oídos, pero con la salvedad y preparación que tenemos de poder soslayarla.

Encontramos en el extenso vivir del hombre, palabras que han rasgado el silencio de años impertérritos, situaciones impávidas por el dormitar del mutismo inquisitorio en el cual se había encontrada atada la palabra. Ese rasgamiento de la mudez de la palabra ha desparramado grandes cambios vigorizados en la entidad primordial de la comunicación de los seres. La palabra siendo una entidad, que induce a la memoria a captar ideas, como lo aseveró Platón, en el estudio de la idea de la palabra, “son universales y existen fuera de los límites del tiempo y el espacio, su principal característica es que son únicas y tan solo son percibidas por la entidad más pura he innata en el ser humano, el alma’. Las palabras son símbolos que buscan su referencia en el objeto del mundo. Son entidades conceptuales que buscan su halito en la culminación del hacer del mundo. En efecto, la forma de operación de la palabra contribuye a convulsionar la realidad del lenguaje “Si para todo ser humano los límites de su mundo son los de su lenguaje…. Resulta más dominante la experiencia de quien plasma la palabra en símbolos”

La palabra es el hombre mismo y su equivalente. Estamos habituados de palabras. Ella son nuestra realidad, y en cierto sentido, nuestro imaginario. Las palabras encierran nuestra otredad, ese sentimiento de desconcierto que asalta al hombre, tomando conciencia de su individualidad.

Palabras, palabras, palabras, son palabras…..

En hora buena.

Comentarios

Humberto Dib ha dicho que…
Hermosa reflexión sobre las palabras, Alberony, esas compañeras nuestras de cada día. Te felicito. Siempre que puedo, paso a ver qué has escrito.
Un beso.
Humberto.

www.humbertodib.blogspot.com
alberony ha dicho que…
gracias, mi querisimo Humberto. En el mismo tenor, siempre doy mi paseo por tu blog. Veo tus escritos, tus vivencias. En hora buena.

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