
Encontramos en el extenso vivir del hombre, palabras que han rasgado el silencio de años impertérritos, situaciones impávidas por el dormitar del mutismo inquisitorio en el cual se había encontrada atada la palabra. Ese rasgamiento de la mudez de la palabra ha desparramado grandes cambios vigorizados en la entidad primordial de la comunicación de los seres. La palabra siendo una entidad, que induce a la memoria a captar ideas, como lo aseveró Platón, en el estudio de la idea de la palabra, “son universales y existen fuera de los límites del tiempo y el espacio, su principal característica es que son únicas y tan solo son percibidas por la entidad más pura he innata en el ser humano, el alma’. Las palabras son símbolos que buscan su referencia en el objeto del mundo. Son entidades conceptuales que buscan su halito en la culminación del hacer del mundo. En efecto, la forma de operación de la palabra contribuye a convulsionar la realidad del lenguaje “Si para todo ser humano los límites de su mundo son los de su lenguaje…. Resulta más dominante la experiencia de quien plasma la palabra en símbolos”
La palabra es el hombre mismo y su equivalente. Estamos habituados de palabras. Ella son nuestra realidad, y en cierto sentido, nuestro imaginario. Las palabras encierran nuestra otredad, ese sentimiento de desconcierto que asalta al hombre, tomando conciencia de su individualidad.
Palabras, palabras, palabras, son palabras…..
En hora buena.
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Un beso.
Humberto.
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