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Dulce sabor de lo desconocido

El conocimiento exige cierta estabilidad de las cosas conocidas. En todo caso, el terreno de lo conocido es, al menos en cierto modo, un terreno estable, donde uno se reconoce, donde uno se ubica, donde traspone el misticismo y la historicidad, mientras que en lo desconocido no hay forzosamente movimiento, las cosas por ósmosis pueden estar por completo inmóviles, pero no hay garantía de estabilidad, se desvanece en bola de humo la posibilidad existencialista del hombre. La estabilidad puede existir, aunque ni siquiera allí hay garantía en cuanto a los límites de los movimientos que pueden producirse. Lo desconocido es, evidentemente, siempre lo imprevisible. Por lo general, es dado en lo risible, en los objetos que excitan en nosotros ese efecto de trastorno íntimo de sorpresa sofocante, que llamamos risa.

La finalidad de la existencia del hombre no es otra cosa que hacer uso de sus oportunidades en el espacio-tiempo de tal manera que pueda acceder al conocimiento del reino de Dios, de la realidad intemporal, o por decirlo al revés, para que pueda adecuarse a que la realidad llegue a hacerse manifiesta en El y a través de El.

En el lenguaje y en la concepción del Nuevo Testamento, la existencia inauténtica es el pecado, y la existencia auténtica es la fe. La finalidad exitencialista y el conocimiento de lo desconocido viene a ser tornillos desesperantes del hombre en querer satisfacer sus oportunidades, las cuales se deterioran por la condición humana que lleva a su espalda. Esta condición algunos la llaman pecado, otros fracaso de la humanidad, error cíclico, andamiaje de la humanidad, laboratorio no manipulado. Tomando el primer concepto "Pecado", pecado es querer vivir por si, con las propias fuerzas, en lugar de vivir el abandono radical de Dios, en lo que Dios exige, otorga y concede. Ahora bien, como sustento y dogmática teológica, la gracia de Dios libera de este pecado al hombre que se abre a ella en un abandono radical de sí mismo, es decir, en la fe. "Inautencidad es el pecado, entendido como autosuficiente, encadenamiento al pasado, miedo de quien se mantiene apegado a sí mismo, vida fallida, cerrazón al futuro; autenticidad es la fe, entendida como libertad del mundo (des-mundinización), abandono radica en Dios, nueva compresión de sí"

La fe, pecado, finalidad, oportunidad, conocimiento, no son aquellos conceptos manoseados entre la franja de lo verdadero y lo falaz, sino cadenas de lo real, de lo temporal y atemporal de la humanidad. No hablamos de proposiciones dogmáticas salpicado de fanatismo, de emocionalismo, sensacionalismo, sino de propuesta reales, de planteamientos concretos para la vida, de decisiones acogida en la fe, la cual significa autocomprenderse de un modo radica a lo nuevo. Creer no es adherise a algo misterioso e incompresible; creer es comprenderse, creer es comprender que no pertenecemos a este mundo, que es el espacio de la caducidad, del pecado y la muerte, sino que se pertenece al Dios de la vida. Solo en la fe se llega a la verdad de la propia existencia.

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