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La cárcel del realismo

La cárcel del realismo es que por sus intersticios sólo vemos lo que ya intimamos. Que a través de sus vértices solo divisamos aquello que evocamos, de tal forma que hilamos sobre vientos pavorosos. La libertad del arte en ese realismo irónico consiste, en cambio, en inundarnos con lo que no sabemos. El escritor y el artista no saben: imaginan, cual intruso en un mundo el cual es violentado por su mera voluntad, creyendo que la vida es más de lo que conocemos y la muerte menos de lo que tememos, creyendo que todo ser es más o menos fabuloso y que las fábulas sustentadas en el no ser no sólo carecen de realidad sino de imaginación. Su aventura radica en decir lo que ignoramos, en sugerirnos pletóricas humaredas susceptibles al atolondramiento . La imaginación es el nombre del conocimiento en literatura y arte. Quien tan sólo acumula datos veristas, jamás podrá mostrarnos, como Cervantes o como Kafka, la realidad no visible y sin embargo tan real como el árbol, la maquina o el cuerpo. Es como la novela que ni muestra ni demuestra el mundo, sino que añade algo al mundo.

Esa realidad es única, como el agua del río es única en pasar por un mismo sendero, asumiendo la salvedad que jamás volveremos a ver pasar ese instante de agua. Solo queda el aprecio de ese relámpago irreversible de nuestro recuerdo, pero nunca volverlo a experimentar con la misma intensidad, pues ese segundo quedo pegado a nuestra imaginación, y es nuestra imaginación que nos hace transitar en caminos sigilosos del cual jamás volveremos a pasar. Realidad – Imaginación mixtura en el descubrimiento de lo invisible, de lo no dicho, de lo olvidado.

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