Como un alegre entomólogo y como un notario malhumorado a la vez, José Luis Cuerda ha recogido información -privilegiada- de los hechos y dichos propios de este mundo, con especial detenimiento en personajes como:
-José María, proletario, que va a cumplir pronto los cuarenta. Robusto y probablemente virgen, tiene aire voluntarioso, empuja un carrito de helados y se diría al verlo que no le debe nada a nadie;
-el rey, su adversario, que tiene el aire inconfundible y transitorio de ser hijo adulterino de un padre-rey infeliz; malhabla idiomas con acentos mezclados y es enredador, tramposo y prolijo;
-y Méndez, la secretaria del alcalde y heroína del relato, es una muchacha muy atractiva y zorreta, que parece que nació, sonríe, se nutre, se viste y se desnuda aposta.
Los demás personajes, por decenas, tejen una urdimbre, o población humana, en un mundo verificable y bipolar compuesto por quienes lo mangonean: una pareja de la Guardia Civil Mundial, tres marinos de guerra, algunos eclesiásticos, dos barberos... y por los que se joden irremediablemente: parados crónicos, mujeres, minorías étnicas...
«Es un relato de muy recomendable lectura para quienes quieran conocer la verdad de hoy y, a pesar de ello, reírse» Jesús María Eizaguirre (Analista fino).
«Excitante. Sabroso. De no creerse» María Candelaria de Palacios y Gutiérrez-Son (Lectora atenta).
«Lo ha vuelto a hacer. Este Cuerda no aprende nunca. Qué le costará dejar en paz a los poderes fácticos» Anthony Babysitter (Prelado).
I
Como ya se sabe, no es raro que unos días amanezca y otros no. Se ha llegado al año 9177 tan a trancas y barrancas, que no es poco que, al menos tres o cuatro días a la semana, haya gente viva en el mundo y salga el sol, aunque sea por donde le dé la gana.
Hoy ha amanecido. Y hay gente. Además, por si esto no fuera suficiente, se escucha el canto de numerosas especies de aves. Como si estuviéramos en medio de un bosque en primavera en vez de enfrente del solitario Edificio Mundial, un rascacielos como los que describían los historiadores de la arquitectura del siglo XX, totalmente aislado y sin vegetación alguna que lo acompañe en el paisaje. El canto de los pájaros no se sabe de dónde procede, pero se oye. Y también se escucha el lamento agonizante de un saxo tenor. Es posible que pajarerío y soplo de saxo tenor estén grabados y se emitan por altavoces o que sean un eco secular que va y viene, va y viene, va y viene, va y viene. No se sabe.
En el Edificio Mundial, o Gran Artificio, habitan los Sedicentes Necesarios. O sea, una pareja de la Guardia Civil, un almirante argentino y tres marinos, dos barberos en ejercicio y uno renuente, el rey, el alcalde, su secretaria, el conserje mundial y una mínima población para que los que mandan puedan ejercer su poder con alguna base.
De una puerta situada, como otras veinte idénticas, a un lado y a otro de un largo pasillo alfombrado -como los de los hoteles o los de los edificios de apartamentos- salen ahora, ahí están, don Alfonso y Morris. Los dos llevan el tricornio y el capote característicos de la Guardia Civil.
Don Alfonso, que es general, habla en perfecto castellano con un tono a veces repolludo y a veces castizote; también camina con las piernas un poco abiertas, como si su potra le obligara a ello o porque le gusta. Morris, que es guardia llano, de los llamados secularmente números de la Guardia Civil, habla un inglés corrupto y descuajeringado, que aquí, en sus diálogos, se traduce como se puede, y que procede del imperial británico, no confundir con el Estilo Imperio, napoleónico y soso, útil para sofás y camas y que, siglos después, fue aniquilado por el pasotismo, considerado por algunos una superación del racionalismo, el existencialismo, el krausismo, el budismo y el karaoke tal y como se entendía por sus fundadores.
El general don Alfonso, él es así de campechano en estas cosas tan insignificantes, ha dejado que Morris salga de la habitación- cuartel antes que él. Cuando los dos están fuera, el general cierra la puerta con llave, se persigna y anima al guardia a iniciar la patrulla:
-Hale, vamos.
Cada uno se coloca a un lado del pasillo del mundo y comienzan la ronda.
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