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Una criatura hecha de palabras

Narrativa. Hay autores que imaginan el mundo en unas pocas líneas; otros requieren el espacio de varios volúmenes para explorar ampliamente la geografía elegida. A. S. Byatt es sin duda uno de estos últimos. A lo largo de cuatro fornidos tomos (dos de los cuales tienen más de 800 páginas cada uno), la saga de Federica Potter retrata con asombrosa lucidez la segunda mitad del siglo XX en Inglaterra. Pero decir que esta tetralogía (de la cual La Torre de Babel es el tercer volumen) es un estudio sociológico o psicológico a la manera de uno de aquellos grandes verborágicos, Romain Rolland o Anthony Trollope, sería una injusticia en el caso de Byatt. La saga entera, y sobre todo este tercer volumen, es una meditación literaria sobre el amor, las relaciones sexuales, la familia, la literatura, la amistad, la fidelidad (y la falta de fidelidad), el sentido de la historia y, más que otra cosa, sobre el lenguaje. La Torre de Babel es el valiente intento de demostrar hasta qué punto somos el lenguaje que usamos y que recreamos. Federica Potter es muchas cosas, pero es, sobre todo, una criatura de palabras.

Los lectores que conocieron a Federica en los dos primeros volúmenes (pero no es necesario haberlos leído para disfrutar de La Torre de Babel) se encontrarán aquí con la misma mujer inteligente y animada, quien, después de la atroz muerte de su hermana, piensa encontrar refugio del mundo casándose con un millonario conservador, el apuesto Nigel Reiver. Pero Reiver cree que tiene derecho a dominar todo, incluida su mujer, y cuando trata de imponer su voluntad por la violencia, Federica huye de su casa, llevándose consigo a su hijo de cuatro años, y se instala en Londres. Estamos en los años sesenta: los Beatles, la liberación sexual, la política contestataria.

Dos complejas narraciones paralelas dan su estructura a la novela: por un lado, los pormenores de dos juicios legales a los que Federica es sometida, el primero por su divorcio, el segundo para defender a un amigo acusado de publicar un texto obsceno; por el otro, la actividad literaria de Federica, reflejada en un libro de anotaciones que está compilando, La Torre de Blablablá, y en una serie de comentarios, críticas y clases magistrales sobre diversas obras literarias. De manera casi mágica, el lector descubre que la ficción que está leyendo está construida sobre las ficciones leídas por la protagonista, la vida como cuento. La historia de Federica transcurre en una supuesta realidad documental, pero su contexto, su sentido, sus posibles interpretaciones y ramificaciones se encuentran en las páginas de Kafka, D. H. Lawrence y el marqués de Sade. En este sentido, la traducción de Susana Rodríguez-Vida es un triunfo, ya que consigue transmitir al lector español la compleja trama de diversos lenguajes -coloquiales, judiciales, amorosos, filosóficos, literarios- que hacen a esta novela.

La Torre de Babel está poblada de fantasmas, sea invisibles, salvo en la memoria, como la hermana muerta y como ciertos personajes del pasado de Federica, y visibles, como los diferentes hombres y mujeres que solo cobran realidad en la mirada de la protagonista: su amante John Ottokar, y su inquietante hermano gemelo, el escritor secreto Jude Mason, a quien defiende en el juicio; su prodigioso hijo Leo, de apenas cuatro años, y los hijos de su hermana, abandonados por su padre, incapaz de relacionarse con ellos.

La bíblica Torre de Babel fue erigida como un desafío a los cielos y fue castigada con la pluralidad de lenguajes. La novela de Byatt redime aquella antigua ambición para su protagonista, y convierte el castigo lingüístico en una bendición. Para que su ambición se realice, Federica debe encontrar en el lenguaje cotidiano la multiplicidad de Babel, no ya muchas lenguas del mundo, sino una sola múltiple, ambigua, rica en posibilidades, cotidiana y literaria, práctica y trascendente, para salir adelante y sobrevivir. Son su pasión y coraje los que llevan a Federica a su destino, pero es el lenguaje el que la salva. Pocas otras novelas contemporáneas demuestran, con tanto talento, la fe de su autor en el uso de la palabra.


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