Allí la brújula marca la inspiración al Norte, la luz al Oriente, el trabajo al Sur y el relax al Occidente. Esa es su situación en el despacho de Javier Reverte (1944), en su casa madrileña, donde están las huellas de sus viajes desde hace cuatro décadas. Una celebración y constatación

... Así es que cuando Reverte escribe mira al Sur, en cuya pared tiene colgado un cuadro comprado en Tanzania en 1993 que narra una historia de horror y masacre. Junto a este, la estantería con toda clase de diccionarios, libros sobre el tema de turno y volúmenes de arquitectura, plantas y curiosidades. El Sur hace esquina con la puerta donde empieza el lado occidental del despacho que tiene una estantería mediana y una bicicleta estática que sirve de mojón con el lado Norte: la gran librería ordenada como un mapamundi: España, América, Europa, Asia, África y todo sobre periodismo. Y entre esos libros, recuerdos de aquellos lugares, asomados o colgados de sus baldas. Por ahí andan varios felinos y un pequeño Herman Melville de trapo con su Moby Dick en la mano. Aunque lo que más destaca son ojos que observan desde todas partes: retratos de escritores a quienes adeuda sus viajes: de Walt Whitman a Fitzgerald pasando por Hemingway, y ellos en compañía de fotos personales.
Son los cuatro puntos cardinales de la vida de Javier Reverte donde se citan las tres cosas que más se parecen: leer, viajar y amar, "porque en cada una te adentras en lo que no conoces, son una aventura que te llevan por un viaje del que aprendes algo, y si un viaje no te cambia no vale la pena".
WINSTON MANRIQUE SABOGALEl País
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