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Esquirlas


Espléndida novela de formación, testimonio veraz y perturbador de una guerra, Esquirlas es también un libro de autoayuda, al menos para la primera persona que lo escribe. Porque contarlo «todo» previene la locura. Pero también puede convocarla.
 «No duermo bien. Casi no duermo. Sueño que voy a la universidad y liquido a la gente con un kalashnikov. Sueño que lanzo granadas por la ventanilla de mi coche. Sueño que disparan contra mí. No he podido ir a un médico de verdad, porque aquí tienes que estar asegurado o pagar a tocateja, así que fui a un tal doctor Cyrus, un médico voluntario del campus, y me recetó sedantes, que tomo como caramelos.

Dice que tengo un trastorno de estrés postraumático. Dice que las pastillas son solo una solución a corto plazo y que, para mejorar realmente, necesito situar mi experiencia en un marco más amplio, un marco que me ayude a darle sentido a todo. Fue él quien me dio la idea de escribir unas memorias. Le pregunté qué debía escribir para que esa terapia diera resultado y dijo: "Escríbelo todo". Le pregunté por dónde debía empezar y dijo: "Empieza por el principio".»

«Todo» es, desde luego, un singular conjunto de recuerdos, confesiones y ficciones; humorística evocación de la infancia en Bosnia y despachos atroces de una Tuzla sitiada. Cartas llenas de angustia a la madre sobre la vida en el nuevo mundo, fragmentos desde el exilio firmados por un tal Ismet Prcic, esquirlas de alguien llamado como él.


Comienzo del libro

(... un fragmento del
primer cuaderno: la huida
de ismet prcić...) 

En la guerra, cuando su país más lo necesitaba —su dedo en el gatillo para defender, su cuerpo como escudo, su cordura y humanidad como sacrificio por las generaciones futuras, su sangre para fertilizar la tierra—, en esos tiempos de tanto apremio, la instrucción recibida por Mustafá para combatir en las fuerzas especiales duró doce días. Recorrió la pista americana exactamente veinticuatro veces; lanzó granadas de fogueo con el objetivo de hacerlas pasar por el neumático de un camión desde diversas distancias exactamente seis veces; practicó tiro al blanco con una escopeta de aire comprimido para no gastar balas; cubierto de mantas, sufrió los baquetazos de sus compañeros por hablar en sueños al menos una vez. Realizó innumerables fondos de pecho y abdominales, dominadas y sentadillas, zancadas y flexiones de brazos, repeticiones mecánicas concebidas no para ponerlo en forma sino para quebrantarlo, para que cuando por fin estuviera quebrantado, el sargento de instrucción pudiera aleccionarlo en las pautas de la jerarquía militar y convertirlo en un combatiente eficaz, que, por puro miedo, obedeciera órdenes y aceptara la puta muerte cuando se le dijera que aceptara la puta muerte. 

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