Ir al contenido principal

Crónicas romanas

El joven Gabriele d'Annunzio llegó a Roma a finales de 1881, dispuesto a conquistarla. Aunque la publicación de sus primeros poemas le permitió introducirse en los círculos literarios de la época, fueron su talento y su pluma, así como su matrimonio con la hija de la condesa di Gallese, los que le abrieron las puertas del cerrado y exclusivo mundo de los palacios romanos y de la vida de sociedad, de la que se convirtió en cronista privilegiado y perspicaz. 

En sus crónicas trató a aquellos orgullosos y rústicos príncipes romanos como refinados sibaritas y maestros de distinción, y sedujo a sus esposas e hijas adulándolas como un elegante retratista que, sin haberlas visto jamás, les prestaba cuellos de cisne, manos de hada, cinturas de avispa y ocurrencias de Madame de Staël.

Trabajador incansable, d'Annunzio, al que se le puede considerar el primer periodista moderno, escribió cientos de crónicas y reportajes que publicó, bajo diversos pseudónimos y hasta agosto de 1888, para distintos periódicos y revistas de la época: Capitan Fracassa, Cronaca Bizantina, Fanfulla della Domenica y, sobre todo, La Tribuna.

Crónicas romanas, a cargo de Amelia Pérez de Villar, rescata por primera vez para el público español lo más granado de la labor de d'Annunzio como cronista de la vida mundana. Este libro ofrece un verdadero periplo por el panorama social y cultural de la Roma fin de siècle -la vida literaria de sus cafés (Nazzari, Doney, Greco, Spillman); sus conciertos, funerales, bodas, subastas, bailes y cenas de sociedad; sus estrenos teatrales; o la descripción de edificios y lugares singulares, hoy desaparecidos-, así como una reflexión sobre temas menos frívolos, como el arte, la literatura o la música, de la mano de una de las máximas autoridades de la crónica de la época.

«Leer una recopilación de las crónicas periodísticas de d'Annunzio es pura aventura, y una enseñanza de gran valor en muchos ámbitos de la vida y la cultura. [...] D'Annunzio participará en todos los acontecimientos sociales que tanto le gustan sólo como espectador, siempre provisto de papel y lápiz, siempre entrando y saliendo por la puerta de servicio. Verá pasar ante sus ojos a esa Roma de altos vuelos compuesta por aristócratas que manejan el cotarro y por burgueses que han llegado allí a golpe de talonario. Sólo podrá contemplar de lejos a las beldades que admira y que tan minuciosamente nos describe, excelsas portadoras de divinos vestidos y peinados y de joyas heredadas o adquiridas. En suma: la vida que anhela está ahí, pero está tras un cristal que, por el momento, no puede franquear.»
Amelia Pérez de Villar 



PRÓLOGO
Amelia Pérez de Villar

La vita, o si vive o si scrive.
Luigi Pirandello

Durante el invierno y la primavera de 1882 Gabriele fue para todos nosotros objeto de una predilección y de un culto increíbles. Era tan apacible, tan afable, tan modesto, y soportaba con tanta gracia el peso de su naciente gloria, que todos se acercaban a él llevados por la atracción espontánea de la amistad, como si se tratara de un milagro que, en la vulgaridad de la vida literaria, no se da con frecuencia. Todos los que le veían por primera vez lanzaban una exclamación de maravilla: recuerdo la de Carducci cuando se lo presentaron [...]. Poco después anidó en él una necesidad repentina de degustar rápidamente todos los goces, tristes y estériles, de la popularidad: se instaló en él como una enfermedad, en el cuerpo y en el alma, y cuando el invierno abrió las puertas de las grandes casas romanas, cedió a las lisonjas de las damas. No olvidaré nunca el estupor que me golpeó cuando vi por primera vez a Gabriele aderezado, atildado y perfumado para una fiesta.
Edoardo Scarfoglio

El triunfo de la vida
Sin duda el año 1882 señala en el calendario, y en la biografía de Gabriele d’Annunzio, el año del ascenso, del lanzamiento, de la llegada. Había nacido el 12 de marzo de 1863 en Pescara. Alumno aventajado en el colegio y en el Liceo, publicó en 1879, y gracias a la aportación económica del padre, las odas All’Augusto Sovrano d’Italia Umberto I di Savoia y una pequeña colección de poemas bajo el título Primo Vere, con el seudónimo de Floro Bruzio, que el 2 de mayo de 1880 recibió las críticas favorables de Chiarini en el periódico Fanfulla della Domenica. En esta primera obra juvenil d'Annunzio imita el estilo de las Odas Bárbaras de Carducci. Ese mismo mes de mayo de 1880 publica In Memoriam, también con el seudónimo de Floro Bruzio, aunque en esta ocasión la crítica de Chiarini no será tan buena: para animar el cotarro literario y compensar este revés, finge su propia muerte como consecuencia de una caída de caballo el 5 de noviembre de 1880, hecho que hará publicar y difundir. La reacción a la supuesta muerte y los resultados del posterior desmentido no se hicieron esperar, y el 12 de diciembre de 1880 iniciaba su colaboración regular con Fanfulla della Domenica con el relato Cincinnato. El jovencísimo Gabriele había encontrado el modo de obtener publicidad para su obra y su persona, dos elementos que nunca estuvieron separados del todo, que nunca fueron del todo independientes. A partir de ahí, inventaría historias, lanzaría bulos, movería hilos y se metería como el agua por cualquier resquicio que se lo permitiera. O inventaría él mismo el resquicio. La maquinaria estaba en marcha: había nacido un mito.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr

La extraña muerte de Fray Pedro

En 1913, el nicarag ü ense Ruben Dario presenta este cuento, el cual relata la historia de un fraile que muere en nombre de la ciencia. Un ser pertubado por el maligno espiritu que infunde la ciencia, el cual fragmentaba sus horas coventuales entre ciencia y oracion, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido. Con este texto, Ruben Dario, deja en claro que la fe es un acto de fidelidad, que se sobreentiende en el corazón sin pasar por la cabeza. “No pudo desde ese instante estar tranquilo, pues algo que era una ansia de su querer de creyente, aunque no viese lo sacrilegio que en ello se contenia, punzaba sus anhelos” Toda la historia tiene lugar en el cementerio de un convento, cuya visita va dirigida por un religioso. la guia advierte a sus seguidores sobre la lapida de Fray Pedro, personaje central del cuento. Un personaje “flaco, anguloso, palido” e incluso de espiritu perturbado cuya desgracia se veia venir con su sed de conocimiento. El fraile persuade a

Grandes esperanzas (Fragmentos)

«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos. [...] ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa. ―Pip, señora. ―¿Pip? ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar... ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien. Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte. ―Mírame ―me dijo miss