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El señor Fox


Los amores en los cuentos de hadas siempre acaban en boda; al menos en los cuentos que no quieren complicarse demasiado. Éste no es el caso de la historia del señor Fox, un afamado escritor que no puede evitar matar a todas las protagonistas de sus novelas, incluida su esposa Daphne. Pero un día Mary, su musa, se hace real y transforma al autor en un personaje literario, con lo que la vida del señor Fox da un giro sorprendente. Mary le desafía para que se una a ella en sus ficciones, y así, a través del tiempo y el espacio, se buscan y se persiguen. Sus aventuras vuelven del revés el cuento de hadas tradicional, rompiendo las convenciones sobre los géneros literarios. El lector deberá suspender su incredulidad y dejarse llevar por la voz narradora para descubrir una historia de amor inusual y mágica que rezuma sentido del humor y encanto hasta el final.  

PAGINAS DEL LIBRO
Mary Foxe vino el otro día: era la última persona en la tierra a la que esperaba ver. De haber sabido que venía, me hubiera acicalado un poco. Me habría peinado y afeitado. Menos mal que me había puesto un traje; me esfuerzo por tener un aire profesional. Estaba sentado en mi estudio, escribiendo a duras penas, limitándome a poner palabras sobre el papel, a la espera de que se me ocurriera algo bueno, una frase que pudiera conservar. Ese día me estaba llevando más tiempo de lo habitual, pero no me importaba. Las ventanas estaban abiertas. Sonaba algo de Glazunov; tiene una sinfonía que sencillamente no se puede escuchar con las ventanas cerradas, así de claro. Bueno, igual sí se puede, pero a costa de ponerse muy nervioso y de darse contra las paredes. Aunque tal vez sólo me pasa a mí.
     Mi mujer estaba en el piso de arriba. Mirando revistas o pintando algo, vaya usted a saber lo que hace Daphne. Pasatiempos. En mi estudio la sinfonía sonaba al máximo volumen, pero eso no era nada nuevo y ella nunca se había quejado por el ruido. No se queja de nada de lo que hago; es físicamente incapaz de hacerlo. Se lo dejé bien claro desde el principio. Le dije con toda sinceridad que una de las razones por las que la amaba era porque nunca se quejaba. Así que ahora se cuida mucho de hacerlo.
     El caso es que había dejado la puerta del estudio abierta y Mary se había colado. Sonreí dulcemente sin levantar la mirada y murmuré «Hola, cariño...» creyendo que era Daphne. Hacía un rato que no la veía y, que yo supiera, Daphne era la única persona que había en la casa. Como no respondió, levanté la vista.

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