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Big data. La revolución de los datos masivos


Un análisis esclarecedor sobre uno de los grandes temas de nuestro tiempo, y sobre el inmenso impacto que tendrá en la economía, la ciencia y la sociedad en general.
No resulta difícil imaginar a Edward Snowden consultando ávidamente un ejemplar de Big Data tras comprobar que, efectivamente, el gobierno de Estados Unidos se dedicaba a recolectar datos de forma masiva a partir de las comunicaciones de todo tipo de sus ciudadanos sin su conocimiento. Y, aunque el panorama que ofrecen Mayer‐Schönberger, profesor en la universidad de Oxford de gobernanza y regulación en Internet, y Kenneth Cukier, el editor de datos deThe Economist, presenta muchos aspectos positivos, este revelador análisis le habrá sin duda permitido comprender en todo su alcance las consecuencias de semejante actividad.
Hasta ahora, la información era escasa, cara y difícil de conseguir, por lo que el objetivo es que fuera de buena calidad para que lo que se dedujera a partir de ella resultara válido. Pero todo eso ha cambiado: ahora mismo, la recopilación y almacenamiento de datos masivos (los Big Data del título) se ha simplificado hasta el extremo de que la cantidad de información se duplica, como mínimo, cada dos años. Con esas cantidades ingentes de datos, resulta más interesante encontrar el qué que el porqué de las cosas, lo que supone un drástico cambio de enfoque en la forma de ver el mundo: el valor de la información no reside en los datos concretos, sino en la forma de correlacionarlos para descubrir patrones que ni siquiera se habían imaginado (ni, por supuesto, buscado de forma intencionada). En este mar de información, merece la pena tolerar la imprecisión, la confusión, “aceptar el desorden natural del mundo”, si a cambio se obtiene “un sentido más completo de la realidad”. Y ese nuevo sentido se alcanza a través de las predicciones basadas en correlaciones, capaces de extraer auténtico oro de la “minería” de los datos.
Todos conocemos a los sospechosos habituales: Google, Amazon, Facebook, las compañías telefónicas y sus aplicaciones. Pero de lo que quizá no seamos tan conscientes es de que prácticamente cada gesto y cada decisión nuestra implica alimentar a ese insaciable devorador de datos: incluso cuando se nos solicita copiar esas letras tan raras que aparecen en las pantallas para identificarnos como personas al darnos de alta en una página web, estamos ayudando a Google a interpretar las palabras que su lector óptico no ha logrado ver bien al digitalizar los libros de su Google Books. En Estados Unidos, un padre se quejó airado a Target, una de las cadenas de descuento más importantes, cuando vio que su hija adolescente recibía cupones para ropa de bebé; pocos días después, se disculpó: efectivamente, estaba embarazada, y su patrón de búsquedas la había delatado. Y los ejemplos son innumerables: los sensores en los camiones de UPS ayudan a optimizar rutas y ahorrar combustible y las calificaciones financieras del riesgo crediticio permiten predecir la probabilidad de que un paciente tome su medicación.
Vivimos en un mundo en el que la “datificación” —el proceso por el que se plasma un fenómeno (incluso un estado de ánimo) en un formato cuantificado para su tabulación y análisis— es incesante, y sus consecuencias van a implicar un cambio de paradigma tan importante como el de la invención de la imprenta. Pero precisamente por su trascendencia hay que prevenir los riesgos que puede conllevar semejante proceso, y no sólo los obvios, como la falta de intimidad o el robo de datos: en un mundo basado en las correlaciones, existe también el peligro, advierten Mayer‐Schönberger y Cukier, de perder la perspectiva y llegar a creer que los datos nunca mienten, de pretender sustituir la moral y el libre albedrío por la predicción determinista. Se podría, de hecho, detener a alguien simplemente por la probabilidad de que cometiera un crimen, contraviniendo todos los principios legales en vigor actualmente. 
 Las cuestiones que plantea y analiza Big Data son de plena actualidad, y transformarán nuestras vidas de forma fundamental en un futuro que ya está aquí. Si se quiere estar preparado y en posesión de la información necesaria para enfrentarse a los cambios, no hay mejor recomendación que la lectura de este libro.


I
AHORA

En 2009 se descubrió un nuevo virus de la gripe. La nueva cepa, que combinaba elementos de los virus causantes de la gripe aviar y la porcina, recibió el nombre de H1N1 y se expandió rápidamente. En cuestión de semanas, los organismos de sanidad pública de todo el mundo temieron que se produjera una pandemia terrible.  Algunos comentaristas alertaron de un brote semilar en escala al de la gripe española en 1918, que afectó a quinientos millones de personas y causó decenas de millones de muertes. Además, no había disponible ninguna vacuna contra el nuevo virus. La única esperanza que tenían las autoridades sanitarias públicas era la de ralentizar su propagación. Ahora bien, para hacerlo, antes necesitaban saber dónde se había manifestado ya.

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