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Epitafio de Romain Gary

Romain Gary fue sin duda uno de los más grandes escritores franceses de la segunda mitad del siglo XX, pero además lo fue de una manera irrepetible. Lituano de nacimiento, sus primeras lenguas fueron el ruso, el yídish y el polaco. Nómade, apátrida, camaleón ejemplar e insumiso a las modas de su tiempo, sus exclusivos puntos de apoyo fueron la literatura y la fábula caleidoscópica de su propia vida.

Nancy Huston rinde aquí un homenaje al autor de La promesa del alba, ese escritor de incalculables antifaces y contradicciones, enfrentándolo de tú a tú en sus luces y en sus sombras, en su grandeza y en su fragilidad, en sus mil caras y en su espíritu único e irreproducible, a través de un pormenorizado recorrido biográfico y literario desde el nacimiento hasta el suicidio.


Este libro devela los numerosos rostros de un escritor cuya rara lucidez resulta cada día más vigente y abismante, y que, encarnando en sí mismo a muchos, llevó la multiplicación del yo hasta las últimas consecuencias, incluida su muerte. Bien lo dice Bernard-Henri Lévy: "Gary. Eternamente el mismo. Eternamente otro".



EL ARTE DE HABLAR
CON LOS MUERTOS 
Mauricio Electorat 

Quizás no haya mejor homenaje a un escritor que el que le rinde otro escritor. Quizás no haya mejor homenaje a Romain Gary que el que le rinde Nancy Huston en estas páginas, pues su texto es mucho más que una oración fúnebre, es decir, mucho más que un texto que, en forma de versos o de prosa poética, amalgama los tópicos de una época sobre la muerte y la vida para restituir la vida de un artista desaparecido a la luz de su obra, a la manera, por ejemplo, de los famosos “discursos fúnebres” con los que André Malraux acogía a los “muertos ilustres” en el Panteón de la República, en el París de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. 
 El ensayo de Huston no es poesía funeraria; tampoco es un “sentido” comentario crítico. En rigor, va más allá de la exégesis filológica o, definitivamente, va por otro camino. ¿Por cuál camino? Se diría que este Epitafio pertenece a ese vasto caudal de textos que dialogan con otros textos. Se me señalará de inmediato –y con razón– que todo texto siempre dialoga con otros textos, ya que en literatura el principio dialógico que definió Bajtín como sustrato esencial de la novela se da no sólo al interior de un texto determinado, sino entre textos. La literatura es, así, un vasto, interminable diálogo entre textos recientes y antiguos, entre autores vivos y autores muertos. No obstante, hay textos cuya naturaleza misma, cuya razón de ser, si se prefiere, es la de interpelar a otros textos. Y hay textos que, más que interpelar a otros textos, interpelan a un autor: son textos en los que un escritor “dialoga” –y ya explicaré el uso de estas comillas– con otro escritor. A esta categoría de textos pertenece el Epitafio que aquí presentamos. Pero, cuidado, no estamos ante un ensayo del estilo de los de Borges comentando a Kafka, Cervantes o Flaubert; no se trata de la “palabra” de un autor acerca de otro autor, con el fin, como lo hace Borges, de comunicar a sus contemporáneos su particular lectura de tal o cual clásico (y, de paso, cambiar el canon). Lo que hace Nancy Huston es desentrañar un personaje, intentar comprender su vida y su construcción identitaria, y explicarnos –y explicarse– quién fue verdaderamente Romain Gary. De allí las comillas en la palabra “diálogo”.

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