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La escritora y la máscara

Narrativa. Nuestra época está marcada por una frontera cada vez menos visible entre la vida privada y la vida pública, el Facebook, el Twitter, han convertido cualquier anécdota personal en objeto de dominio público. La biografía lucha por no cederle la batalla a Internet y poder ocuparse de la vida de aquellos, y aquellas, que se dedicaron a escribir y publicar. Últimamente no vemos muchas biografías, sino lo que podríamos llamar paratextos: notas, fragmentos, correspondencias. Una vez alguien dijo: "Lo que nos interesa es saber cómo se salvaron". Creo que esta palabra, "salvarse", tiene una relación directa con la obra de Clarice Lispector (Tchetchelnik, Ucrania 1920-Río de Janeiro, 1977); ella se salvó de un desastre familiar a través de sus textos que revelaron la parte más extraña, impenetrable y asfixiante de la realidad, un universo que muchas veces ha sido comparado con el de Kafka. Laura Freixas, en su excelente biografía Ladrona de rosas, revela detalles de la vida de la autora, uno de ellos, que fue concebida con el propósito de curar a su madre enferma. En ese sentido, el sentimiento de culpa, que la persigue toda su vida, en una misión que no se cumple, mantiene una relación con la obra de Kafka que gira también en torno a un profundo sentimiento de culpa, frente a la incapacidad de asumir y justificar su propia existencia. Clarice escribe: "Sé que mis padres me perdonaron haber nacido en vano, traicionando su gran esperanza, pero yo no, no me lo perdono" (Ladrona de rosas, página 39). Nacida de una familia judía emigrada en los años cuarenta a Brasil a raíz de los pogromos, Clarice vivirá en Maceió, enseguida en Recife, y finalmente en Río de Janeiro, donde permanecerá hasta su partida en exilio, en los años cuarenta. Haia (vida en hebreo), quien tiene nueve años cuando llega, se convertirá en Clarice, la escritora, de quien se desconoce el origen judío hasta el día de su entierro en el cementerio judío carioca, en 1977.

En 1944, Clarice Lispector debuta bajo proyectores con su primera novela, Cerca del corazón salvaje, y rompe con una tradición realista, preocupada en diseñar el retrato del país de entonces. Ella se inscribe en el movimiento iniciado, entre otros, por Vinicius de Moraes, Octavio de Faria y Lucio Cardoso, con una literatura intimista, que bordea los contornos difusos de la conciencia, e ignora la causalidad en la narración, logrando perderse en el latido de un lenguaje en perpetuo movimiento. Sus novelas y sus cuentos se colocan entre un mundo latente, casi subconsciente, y uno muy concreto, para ser el grito de un animal herido que se resiste a morir sin dejar huella. Salvo en sus cuentos, que empieza a publicar muy joven en diarios cariocas, y donde la estructura es más convencional, todos sus textos llevan una marca fenomenológica y exploran ese lado oscuro de lo real, una especie de evocación ritual (casi chamánica) con el lenguaje que despide un brillo casi hipnótico. "La hechicera de la literatura", como la llamaron algunos, empieza su exilio en 1944, después de la publicación de Cerca del corazón salvaje, vive en Nápoles, Berna, Torquay, Washington, junto con su esposo diplomático, Maury Gurgel Valente, tiene dos hijos, Pedro y Paulo, sigue escribiendo y mantiene una correspondencia profusa con sus amigos y con sus dos hermanas, Elisa y Tania (Queridas mías). En tiempos de pobreza, ya separada de Maury, Clarice Lispector escribirá crónicas para una revista femenina transformada en una mujer frívola, casi desencarnada, una mujer que se esfuerza en ser buena esposa, anfitriona y madre, en medio de instantáneas de Eva Perón o Giorgio di Chirico, tras la máscara de "la esposa de Gurgel Valente". Nadie sabía que escribía y ella estuvo segura de que fue mejor así. En una crónica sobre cómo realzar los rasgos del rostro escribe: "Hay mujeres de quienes podríamos decir que no tienen rostro" (Sólo para mujeres). Un detalle que impresiona en la biografía de LF es que podía llamar a su maquillador a cualquier hora de la madrugada para una sesión de maquillaje. El desfase entre la escritora y la mujer nunca se reduce, durante su vida en el extranjero, su correspondencia no revela muchos detalles de su contacto con el exterior, salvo cuando escribe: "Casi no salgo, llevo una vida recluida en casa". Lispector escribirá la mayoría de sus novelas en exilio, La ciudad sitiada, La pasión según G. H., comparada con La náusea, de Sartre, en 1959 decide volver a Río, donde seguirá escribiendo (novelas, cuentos, y las crónicas para mujeres que publica Siruela), La hora de la estrella, escrita poco antes de su muerte, luego de haberse quemado en un incendio, al olvidar un cigarrillo encendido; engorda, se deprime, Paulo, su hijo, confiesa: "Creo que vivió mal la pérdida de belleza y la vejez". La escritora no alcanzó a colocarse en el lugar de la mujer (¿estrategia de sobrevivencia?), de la lectora de Spinoza y de Sartre, de aquella que se definió como "una tímida decidida" y "una invitada de la literatura", aunque en realidad fue y siga siendo, su centro.

Sólo para mujeres. Consejos, recetas y secretos. Clarice Lispector. Traducción de Elena Losada. Siruela. Madrid, 2011. 216 páginas. 19,95 euros. Queridas mías. Clarice Lispector. Notas e introducción de Teresa Montero. Traducción de Elena Losada. Siruela. Madrid, 2010. 332 páginas. 22,95 euros. Ladrona de rosas. Clarice Lispector: Una genialidad insoportable. Laura Freixas. La Esfera de los Libros. Madrid, 2010. 296 páginas. 23,90 euros.

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