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La indignación de Gracián

Los clásicos siempre sorprenden por su actualidad. Baltasar Gracián (1601- 1658), el sabio autor del Siglo de Oro español, tiene mucho que decir en nuestra circunstancia actual de crisis e indignación. También él fue un "indignado" de su tiempo que denunció la mediocridad y falta de juicio de los poderosos, aunque sin escatimar agudezas críticas sobre la común necedad de sus congéneres, perezosos y vulgares, necios e inmunes a la sabiduría, deslumbrados por el falso esplendor de las apariencias. Su mayor tarea intelectual consistió en desenmascarar la mentira y los vicios de su época: la codicia, la lujuria, la soberbia y el afán de poder, esas malsanas pasiones humanas que transforman el mundo en un infierno e impiden la armonía general. Leerlo hoy significa reflexionar de nuevo sobre males congénitos, acaso insuperables.

Aunque Gracián fue miembro de la Compañía de Jesús nunca vivió como un sacerdote rezongón y enclaustrado en su bohío, sudando hiel sobre los libros: pasó algún tiempo en la Corte madrileña y hasta fue capellán castrense; de manera que se codeó con políticos de toda laya, conoció el mundo y padeció sinsabores por mostrarse rebelde con los superiores de su Orden. Todas sus obras, excepto El comulgatorio -la única de carácter religioso-, las publicó bajo seudónimo, pues resultaban incómodas y fustigadoras al actuar como espejos en los que los dueños de la sociedad veían reflejadas sus taras. Erudito y gran estilista, Gracián usó el lenguaje como arma mortífera. Sometiéndolo al yunque de su ardiente indignación, lo templó cual gélido bisturí diseccionador de caracteres y costumbres, de ahí que Gracián haya pasado a la posteridad como el maestro por excelencia de la sentencia lapidaria, los retruécanos y los juegos de palabras, del ingenio que espanta, caza y mata.

Su obra más famosa, El criticón, es una novela alegórica en la que no pasa nada y pasa todo, pues es "el mundo" con sus incontables defectos su protagonista. Schopenhauer la aclamó como "el mejor libro de todos los tiempos" por su negro pesimismo. Pero Gracián era creyente y jamás fue un pesimista metafísico; no veía el mal como algo intrínseco al universo, sino como producto de los seres humanos. "El hombre es más fiero que las mismas fieras", afirmaba; y de él provienen los más de los males, de modo que la vida, en la que sólo se ve "una monstruosidad tras otra", debe ser "milicia contra la malicia humana".

Agudísimo y esencial es el inapreciable Oráculo manual y arte de prudencia, libro en el que Gracián consigna 300 reglas que deben seguir cuantos quieran ir con buen pie por el mundo y, sobre todo, defenderse de la "mala guerra" que contra ellos oficiarán sus congéneres. Del mismo género son El héroe, El político y El discreto, tratados en los que se proponen modelos de comportamiento, loables ejemplos que los hombres deberían imitar para alcanzar la probidad, y que rara vez imitan.

Este excelente tomo de Obras completas, editado por el agudo crítico literario Santos Alonso sin el intimidatorio aparato académico que suele lastrar los textos clásicos (las notas pasan al final del volumen), brinda la oportunidad de saborear unos textos exigentes, pero muy sustanciosos y oportunos.

El País

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