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Carrière pasea por Toledo con el fantasma de Buñuel para "matar el recuerdo"

Toledo, 6 oct (EFE).- Jean-Claude Carrière, guionista de Luis Buñuel, pasea por Toledo evocando los fantasmas que pueblan sus memorias españolas, tituladas "Para matar el recuerdo" y en las repasa su oficio, su segunda patria y un patrimonio vital marcado por su convivencia con algunos de los grandes genios del siglo XX.

"Se suele confundir el pasado y la memoria, que son dos cosas muy diferentes. El pasado se construye con hechos, con eventos que han sucedido. La memoria es un acto de hoy que recuerda el pasado y siempre lo transforma. Está llena de mentiras y de equivocaciones", ha reflexionado hoy el escritor de títulos como "Belle de jour".

Carrière, a sus ochenta años, vuelve a subir las empedradas cuestas de Toledo, ciudad que conoció en 1963 cuando Buñuel le lió para acompañarle durante una entrevista con la televisión francesa.

Allí descubrió el genio del que sería su gran mentor, el mismo que respondía, desconcertante, a esos periodistas que no le gustaba Toledo porque "a nosotros los americanos nos gusta ante todo la limpieza y Toledo es una ciudad sucia, llena de callejuelas malolientes".

"Era la primera vez que veía a Luis contestando a su manera a un periodista", ha explicado Carrière ante los medios españoles. Cuarenta y ocho años (y seis películas con Buñuel) después, vuelve a este lugar, que describe en el libro como "propicio para alumbrar mil sueños".

"Matar el recuerdo" (editada por Lumen) podría considerarse una suerte de cara B de las memorias de Luis Buñuel, "Mi último suspiro". Y el título lo inspira el genio calandino, con el que rodó seis películas, desde "Diario de una camarera" al canto de cisne del realizador, "Ese oscuro objeto del deseo".

"Volver a un lugar donde hemos conocido momentos entrañables y ver qué ha cambiado, cómo hemos cambiado nosotros. Eso es matar el recuerdo", ha confesado Carrière, que en su carrera adaptó a Milan Kundera en "La insoportable levedad del ser", trabajó con Milos Forman en "Taking off", o con Peter Brook.

Carrière ha recibido a la prensa en el parador de la capital manchega, donde escribieron mano a mano la quinta y última versión de "El discreto encanto de la burguesía", con la que ganarían por fin el Óscar en 1972.

"Para mí, este lugar tiene memorias de amor y de trabajo", ha dicho. Lo primero se lo guarda para la intimidad. Lo segundo lo comparte con la prensa. "Hay fantasmas en Toledo para mí. Para Lorca, Buñuel y Dalí era un lugar de peregrinaje, un lugar sagrado de una manera no religiosa", hasta el punto que inauguraron una orden de caballeros de Toledo a la que acabó perteneciendo también Carrière.

Dialogando en silencio con ese recuerdo, Carrière se acerca con emoción a la escultura "El cardenal Tavera" de Berruguete, en la que el mármol parece corrompido por la putrefacción. "Es la victoria de la muerte sobre la vida. La muerte en España es más sólida", decía.

Ante el cuadro de El Greco "El entierro del conde Orgaz", frente al que Buñuel siempre se quedaba callado, susurraba que "la Tierra es más rica -haciendo referencia a los oropeles de los obispos- que el cielo. El cielo es pobre".

Aquella España paradójica, llena de costumbres arcaicas pero con una razón laxa, que era mirada como un lugar "salvaje" y casi exótico desde el extranjero, sigue fascinando a Carrière.

Lorca, Buñuel y Dalí eran el resumen de esa jungla transpirenaica: "Siendo totalmente diferentes, al mismo tiempo eran una concentración de todo el espíritu español. Los tres son irracionales, de una manera personal, distinta", ha definido.

Buñuel era reflejo de esa afirmación de Bergamín de que "lo contrario de la verdad es la razón". "Era complicado y sencillo. Totalmente contradictorio, burgués y subversivo, español y totalmente universal. Un surrealista que construía muy bien sus guiones", recuerda. Y, por supuesto, tal y como él mismo se definía, "ateo, gracias a Dios".

Carrière, que mañana recibirá la Orden de las Arte y las Letras de manos de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ha matizado el mito.

"Era ateo, pero viviendo en un ambiente católico, sin poder ni querer salir de él. Era alguien sin problemas psicológicos, no necesitaba psiquiatra ni psicoanalista. Su complejidad era su sencillez", ha concluido.

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