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Un libro contra el hombre vikingo

La islandesa Ólafsdóttir construye en 'Rosa Cándida' una oda a la nueva masculinidad.

Cuatro horas caminando sobre el mullido y sedante musgo es más duro que hacerlo montaña a través. La misma suavidad acaba castigando mucho más los tendones de Aquiles que las rocas. Sin saberlo, cuando el joven aprendiz de jardinero cuenta este casi oxímoron está describiendo la fuerza oculta de Rosa Cándida, la novela de la que es protagonista, de la autora islandesa Audur Ava Ólafsdóttir (1958). La obra ha cosechado ya cinco premios internacionales, se quedó a las puertas de otros tantos y ahora llega a España con Alfaguara.

La aparente candidez del argumento -un islandés de 22 años sin un sentido claro de su vida, que sólo aspira a recuperar la rosaleda de un monasterio perdido en medio de Europa y que de pronto se convierte en padre fruto de un viejo encuentro fugaz- camufla notables reflexiones sobre el azar o la predestinación, la nueva masculinidad y hasta la desaparición de lenguas minoritarias. Todo en un estilo seco, de capítulos breves y parcas descripciones, que refuerzan un aire entre aforístico y espiritual.

A los personajes, marcados por coincidencias alfanuméricas llamativas, siempre les pasa algo muy distinto de lo que piensan o de lo que la vida les apunta. "La fuerza de los números está también en mis otras dos novelas, quizá influencia de papá, que era ingeniero y en vez de cuentos me explicaba historias de números", rememora Ólafsdóttir que, sin darse cuenta, abre y cierra corchetes y recuadra cifras o palabras sobre el papel mientras habla. "Rechazo el pensamiento analítico realista; yo intento otro acercamiento, el del sabor, el del olfato, tocar... en mi obra el cuerpo importa más que la palabra".

No cree la autora que todo ello sea la influencia calvinista que marca la literatura nórdica hoy tan en boga, corriente de la que también quiere alejarse. "Los autores islandeses somos más especiales que el resto de los escandinavos, más poéticos, con un toque de realismo mágico; suecos, daneses o noruegos son más realistas puros, creo"; y admite que la hija del joven protagonista, fruto de una gestación que recuerda la anunciación a María del Arcángel Gabriel, podría ser por su halo y poderes "una niña de un cuento de García Márquez".

Abundan las dudas existenciales de los personajes en Rosa cándida, casi hasta la hipérbole, que Ólafsdóttir achaca, aquí sí, a otra característica de las letras nórdicas: la presencia obsesiva de la naturaleza. En la aparente apacible Islandia hay, al parecer, 130 volcanes. "Nos envuelve una naturaleza inestable, con tierras en erupción constante, terremotos; nuestras casas están preparadas para seísmos de 5.5 en la escala Ritcher; todo es muy inestable y violento a nuestro alrededor y eso ha de traducirse en las personas", apunta tras consultar otra de sus racionales notas.

Pero si algo cuestiona este libro es la masculinidad. "Es un libro sobre cómo un joven afronta la paternidad. ¿Quieres seguir siendo libre o comprometerte? Nadie nace siendo padre o madre y todos tenemos nuestros sueños", resume. Pero sigue con el tema paterno. "Los padres son tanto o más importantes que las madres, si se dieran cuenta de ello tendríamos un mundo mejor... Aquí sabemos de eso: los vikingos dejaban a sus familias para ir a robar y violar, destrozaban hogares y luego volvían al suyo a descansar... Mi libro es una oda al hombre, a la nueva masculinidad; es totalmente antivikingo".

La teoría rousseauniana de que el hombre es bueno por naturaleza impregna las 271 páginas. "Hay que tener confianza en la gente aún en este mundo de avaricia", aclara. "Lo escribí coincidiendo con la crisis de Darfur, en el Sudán: era horroroso... Yo quería crear otro mundo, donde la crueldad no existiera. Y sí, pienso que el 99% de los humanos son buenos, lo que ocurre es que el poder lo tiene el 1% restante". Y en el libro aparece todo ello pero bajo capas de simbolismo narrados con estilo seco pero sencillo.

Entre los niveles casi subliminales de lectura está el asunto de las lenguas minoritarias: el joven es islandés (su idioma solo lo hablan los 315.000 habitantes del país) y viaja a un lugar donde aprenderá una lengua en vías de extinción. "En un mundo donde lo práctico es ley divina, él hace una cosa tan poco práctica como eso; igual que la rosa que lleva para añadir a la rosaleda donde hay infinitas variedades de todo el mundo, con las lenguas pasa lo mismo: cada una enriquece el mundo y lo representa". No siente que el islandés esté amenazado, ni lamenta que la suya, que fue la literatura que en el siglo XII salvó todas las demás nórdicas al recopilar por escrito las sagas, sea hoy la menos conocida. Le da más miedo "el funcionamiento del mercado literario, que lo ha invadido todo sólo de novela negra, ocultando así los otros tipos de literatura que hacemos aquí arriba". Y como muestra, será su superexitoso colega de serie negra Arnaldur Indridason el que dará la conferencia inaugural la próxima semana en la Feria del Libro de Francfort, que este año se dedica a Islandia.

Escéptica, dura en el fondo, Ólafsdóttir matiza incluso el paraíso cultural islandés, donde cada ciudadano lee una media de ocho libros al año. "Es un mito: estas cifras las aguantan las mujeres, que leen dos y tres títulos a la semana; piense que el 70% de los universitarios de aquí son chicas; además, se compran muchos libros, pero casi nadie los acaba". Igual de dura se muestra con la crisis económica, que afectó especialmente a su país. "¿Sabe qué es lo más grave? Que nos robaron por dentro y desde dentro... Estoy enfadadísima con eso. Pero ahora cambiaremos la Constitución y lo arreglaremos", dice con sus fulgentes ojos azul hielo. Cuidado con el musgo...

El País

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