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Entender la pintura a través de los escritores

Fue Rimbaud quien sentenció la necesidad de ser "absolutamente moderno". Pero antes Baudelaire había establecido las pautas. Y todavía estamos bajo su influencia. Así lo considera el escritor italiano Roberto Calasso en su libro La Folie Baudelaire. Además publicamos cuatro fragmentos, inéditos en España, en los que Calasso rescata e interpreta textos del autor de Las flores del mal.

Roberto Calasso está en Milán y habla por teléfono con una voz que parece de otra época, algo lejana, el sonido ligeramente distorsionado. "Estoy en mi casa", dice, al pedirle que describa el lugar donde se encuentra. "En esta habitación tengo una mesa con muchos papeles y libros. Hay dos paredes, una con libros sobre India, otra con libros sobre Grecia". Imaginamos, ya sin preguntarle, que tendrá otras muchas estanterías temáticas tanto ahí como en su despacho de la editorial Adelphi, de la que es presidente y director literario. Su pasión es evidente. "No soy un bibliófilo, no me interesa mucho serlo", aclara. "Solo soy un comprador omnívoro de libros".

Gracias a eso, el autor de La ruina de Kasch o El rosa Tiepolo es capaz de guiar al lector a través de innumerables dédalos que relacionan hechos y conocimientos de distintas épocas. Su libro La Folie Baudelaire (Anagrama), recién traducido en España, se centra en el pensamiento del autor de Las flores del mal y sus ideas sobre lo moderno. Pero en el fondo, todo gira en torno a un extraño sueño que el mismo Baudelaire contó en todos sus detalles.

"Este libro es una de las siete partes de una obra que he venido escribiendo desde hace treinta años", explica Calasso (Florencia, 1941). "El primero es La ruina de Kasch y, si presta atención, hacia el final del libro ya hablo de Baudelaire. El asunto es que estos libros, que tocan temas totalmente distintos, están estrechamente relacionados. La ruina de Kasch es un poco la base de todo el conjunto, que no está todavía acabado. Luego sigue Las bodas de Cadmo y Harmonía, que es principalmente sobre los mitos griegos; luego Ka, sobre mitos de India; después el libro K., sobre Kafka, un escritor que también aparece varias veces en La ruina de Kasch, hacia el final. Cada uno de los libros se desarrolla a partir de los otros. Están estrictamente conectados. La Folie Baudelaire sale, de alguna manera, de La ruina de Kasch porque este gira en torno a la edad moderna. El personaje principal es Talleyrand, alguien que perteneció a la vez al Ancien Régime y al mundo posterior a la Revolución Francesa, es decir, a nuestro mundo".

Ir de una época a otra, de personajes reales a mitos ancestrales, resulta asombrosamente natural de la mano de Calasso. "Lo que escribo se basa en una especie de visión sincrónica de todo", comenta. "Así, escribo de cosas que contienen los textos védicos como algo más presente que lo que nos rodea. Y, entre paréntesis, quizá eso sea así verdaderamente. El pasado está totalmente vivo, no menos que el momento actual. No se trata de rebuscar obsesivamente en archivos. Tengo una actitud totalmente distinta. La palabra más importante en estos libros es una palabra sánscrita, bandhu, que significa conexión, el hecho de que las cosas cobran su significado al establecerse su conexión con todo lo demás. Y eso es lo que sucede en todos estos libros, incluido el de Baudelaire".

El conocimiento en nuestra época se transmite de forma fragmentada y no es habitual que se eduque a la gente en relacionar varios hechos y elaborar ideas distintas, más ricas. Nos enfrentamos al pasado, a la historia, atendiendo a hechos y personajes que parecen aislados y difícilmente se establece la comprensión de acontecimientos simultáneos. La prosa de Calasso, además, crea un apasionante encadenamiento. "Creo que La Folie Baudelaire es un buen ejemplo de cómo las cosas que sucedían en la pintura y en la literatura estaban muy relacionadas en el París de la segunda mitad del XIX. Es un caso ideal. Es mejor entender a Ingres o Delacroix a través de Baudelaire, a Manet y Degas a través de Valéry, y lo contrario también vale. Entender a los escritores a través de los pintores. Es algo fisiológico. Al menos así es como lo dijo el propio Baudelaire. Él siempre escribió más sobre arte que sobre literatura".

Fue, en efecto, un momento prodigioso en la historia de la cultura. Una serie de jóvenes artistas (Manet, Monet, Courbet, Cézanne...) que empezaban a subvertir las reglas, coincide con unos escritores (Zola, Huysmans, Flaubert...) que no solo proponen a su vez sus propias fórmulas literarias, sino que se interesan mucho por lo que sucede en el arte de su tiempo.

"Eso empieza más o menos con Baudelaire, sobre todo, con el ensayo El pintor de la vida moderna, y termina con el texto de Valéry sobre Degas. Ese es el periodo. Todo lo que sucedió antes y después es diferente. Son los dos polos, dos escritos esenciales sobre pintura, y en medio hay muchas otras personas: Huysmans, Fénéon, Thoré, Zola y otros escritores como ellos, que estaban estrechamente conectados con los pintores de su entorno. Se conocían. Es un periodo especial en el que empieza a formarse esa extraña categoría de lo moderno. Y eso es lo que trato de explicar en este libro. La idea de lo moderno era algo relativamente exótico en ese tiempo, una palabra nueva. Hoy es algo obsoleto. Pero lo que Baudelaire llama moderno alude a un nuevo tipo de sensibilidad, de comprender las cosas. Esa sensibilidad se extiende hasta nuestros días. Todavía estamos en medio de ella".

Es extraordinario que alguien como él, que ni siquiera publicó demasiados libros en su época, haya tenido un papel tan determinante. Baudelaire no fue muy apreciado en su momento, pasó hambre y penurias, censura y rechazo, pero persistió en su actitud. "Nietzsche en su época sufrió lo mismo. Es algo que pasa... Baudelaire no solo ofreció una visión sobre la estética, fue un pensador. Alguien que vio el arte en el contexto de lo que es", afirma Calasso. "Nietzsche llegó a decir que consideraba a Baudelaire el más alemán de los franceses. Con eso quiso decir que lo consideraba alemán en términos de la metafísica. Los franceses no son muy fuertes en ese campo. Y Baudelaire era un pensador. Al mismo tiempo hay que tener en cuenta que se oponía totalmente a lo que lo rodeaba en términos sociales. Así es que no hay que confundir lo moderno en términos de la sociedad y lo moderno en términos estéticos".

Hay algo que se menciona en varios momentos en La Folie Baudelaire, aunque no se destaque demasiado. Y es el papel de la fotografía en toda esa revolución estética de mediados del XIX. Roberto Calasso descubre -e incluye- la foto secreta de un desnudo perdido de Ingres y se refiere a la afición de Degas por la fotografía. "El asunto de la fotografía está implícito en todo el libro", aclara, y tarda unos segundos hasta que encuentra la cita exacta. "Al principio, en la página 18, digo: 'En el momento en que aparece la fotografía -momento que iba a reproducirse infinitas veces más de lo acostumbrado-, ya estaba dispuesta para acogerla una concupiscencia oculorum en la que algunos se reconocían, con la complicidad inmediata de los perversos". Luego continúa hablando: "El hecho de que todo se convirtiera en sujeto para las imágenes no sucedía antes. Esa situación es a la que él, Baudelaire, perteneció. La fotografía actuó de forma implícita en el trabajo de Ingres. Él era un enemigo de la fotografía, pero de alguna manera la anticipó. Ingres tenía ya cierto tipo de sensibilidad que llega después, con la fotografía. Un caso distinto es el de Delacroix, quien sí usa la fotografía. En algunos casos las fotos sirven como referencia para sus pinturas o dibujos. Así es que la fotografía está muy presente en lo que ocurre en torno a Baudelaire, pero eso es solo el signo de un 'régimen' distinto que adquiere la imagen por el hecho de poder ser reproducida en número indefinido y creando a la vez un nuevo nivel de la realidad. Y eso es lo que Baudelaire percibe".

Baudelaire siguió todos los debates de la época sobre si la fotografía debía considerarse un arte o un procedimiento mecánico, y todo eso. Sobre todo con utilidad para los pintores. Manet y Courbet la utilizaron, aunque no siempre lo quisieron reconocer. "Es una larga historia", suspira Calasso. "Las reacciones eran diversas y polémicas, aunque en su mayoría negativas. Les asustaba la fotografía como sucede siempre que aparece algún avance técnico. Pero los sedujo. Lo importante es que las propias imágenes cambiaron de situación en la sociedad. Eso está conectado, por ejemplo, con los inicios de la publicidad. Los anuncios se inventaron por esa época. Hoy podemos valorar la tremenda importancia que esto tuvo. En aquellos años poca gente, además de Baudelaire, se dio cuenta. Lo importante es no aislar la fotografía de lo que yo llamo el reino de las imágenes".

Y añade: "En El pintor de la vida moderna, Baudelaire dice que el artista debe captar esa especie de paso efímero, la belleza del momento. Y esa es una descripción de la fotografía. También lo es de lo que intentaba que sucediera en literatura. Cuando Rimbaud apareció después, desarrolló como flashes de imágenes y eso era algo absolutamente novedoso".

Esos flashes de otras épocas son lo que Calasso parece rastrear con un olfato privilegiado. Y el meollo de este libro, que además le da título, es una visión que relata Sainte-Beuve, el crítico literario más influyente de la época. "M. Baudelaire ha encontrado la manera de construirse, en el extremo de una lengua de tierra considerada inhabitable y más allá de los confines del romanticismo conocido, un quiosco raro, muy decorado, muy atormentado, pero coqueto y misterioso, donde se lee a Edgar Poe, donde se recitan sonetos exquisitos, donde nos embriagamos con hachís para después reflexionar sobre ello, donde se toma opio y mil drogas abominables en tazas de porcelana muy fina. Este quiosco peculiar, hecho de marquetería, de una originalidad ajustada y compleja, que desde hace un tiempo atrae las miradas hacia la punta extrema de la Kamchatka romántica, yo lo denomino la folie Baudelaire".

Pero para crear un mundo hace falta algo más que erudición. Calasso cultiva la frase y la idea, la belleza y la exactitud. "En literatura, no solo en lo que yo escribo, la forma es lo esencial. No hay literatura sin un desarrollo formal. Y la forma es lo que la gente llama estética", dice. "Pero es algo que va más allá de la estética. Lo implica todo. Una forma es una forma de pensar. Una manera de ver. Yo no le pondría límites a eso. Y eso vale para hoy o hace dos mil años atrás. Si escribes y tratas de hacer algo exacto, la forma siempre es lo esencial".

El País

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