Ausias Susmozas, manirroto patriarca del Pigalle
-teatro que conoció grandes días de gloria- se fue a dormir el primero
una sola vez en su vida. Sucedió hace escasos días: cuando las deudas
eran ya más poderosas que sus excusas, agarró el petate y se mudó al
otro barrio. Su muerte reúne por primera vez en mucho tiempo a sus tres
hijos, para los que eligió nombres que empezaban por las tres primeras
letras del abecedario. Ya en este céntrico teatro madrileño con pasado
de oropel y futuro de gotelé, Argimiro, Bartolomé y Críspulo parecen
dispuestos a recoger un consuelo monetario que compense el nulo cariño
que les dispensó su progenitor. Pero las deudas, como la alopecia, se
heredan, así que ahora deben enfrentarse al desastre: el banco se
quedará el Pigalle si no logran reunir el dinero suficiente. La única
solución a este fenomenal brete pasa por ganar una subvención mediante
el estreno, en un plazo de cinco meses, de un montaje teatral que
llevará por título La vida.
Pero,
como sabemos, las familias desgraciadas lo son cada una a su manera, así
que deberán lidiar con sus monederos vacíos, con un director inepto,
con un grupo de pensionistas como único apoyo técnico, con actores
reclutados en un grupo de terapia y con sus propias vidas, que no
lograrían una cédula de habitabilidad ni con la ayuda del supervisor más
conchabado.
Santiago Lorenzo, director de Mamá es boba y autor de la novela Los millones, congela la sonrisa del lector con una prosa a menudo cómica, a veces terrorífica, otras tierna y siempre aquilatada. Los huerfanitos se
puede leer como sátira del mundo teatral, pero por encima de todo nos
recuerda que un paseo por la calle esconde más claves sobre la crisis
moral y económica que cualquier estadística.
1
Ausias
Susmozas, empresario teatral de éxito notorio, requirió la
extremaunción después del último telediario. No fue sencillo encontrar a
quien oficiara, porque ya eran las tantas. Finalmente, un sacerdote
del colegio Gaztelueta se ofreció a la administración de los óleos y
tomó confesión al moribundo. Empezó el cura, para despertar a Ausias de
la modorra.
-Ave María Purísima.-Hola.
-Dime tus pecados.
-Te voy a decir los que no he cometido, que si no no acabamos nunca.
-Vale.
-Los he cometido todos. Menos uno.
-Cuál.
-El sexto de los capitales.
El sacerdote no recordaba muy bien de qué iba ese. Reunió valor, venció
vergüenza, apeló en su conciencia al bien morir del enfermo y
preguntó.
-Cuál era el sexto, que a veces los confundo.
-La envidia. La he provocado toda. Pero nunca he sentido ninguna.
De penitencia se recetó una jaculatoria, porque a Ausias no
le restaba hálito para más. Su interpelación final fue para el lealísimo
Gran Damián.
le restaba hálito para más. Su interpelación final fue para el lealísimo
Gran Damián.
-¿Esos tres siguen sin venir?
Boomerang
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