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Alice

Alice deja su pueblo para iniciar una nueva vida en Cerdeña. Ocupa el piso de su tía, en un edificio frente al mar, y poco a poco encuentra en sus vecinos una nueva familia. En la planta alta vive un anciano violinista, Mr. Johnson. En la planta baja, Anna, una mujer humilde y pródiga en confianza y ternura. También están Giovannino, un niño lo suficientemente sabio para educarse a sí mismo, y Natascia, tan celosa que vive la pesadilla constante de perder a su novio. Cada uno lleva a cuestas su obsesión, su locura grande o pequeña, sus miedos y sus sueños de amor que, a veces, pueden cumplirse del modo más inesperado.

«Una gran escritora... Milena Agus consigue atrapar al lector en ese mundo tan original y tan suyo. Mágico. Sexual. Sensible. Humano.» Jacinta Cremades, El Mundo
«Para soñar... Milena Agus deja fluir el aroma de su patria sarda en cada página para llevar al lector en un viaje embriagador.»
Sonntags-Anzeiger Siegerland
«Exquisita sutileza... Milena Agus consigue transmitir una rara y sobrecogedora emoción e intensidad.»
Mercedes Monmany, ABC


Capítulo 1
Antes de conocer a la señora de abajo y al señor de arriba la vejez nunca me había interesado. A mis padres no les dio tiempo de hacerse viejos; mi padre se suicidó muy pronto y mi madre ha vuelto a ser una niña. A mis abuelos no los veo nunca y la chica que cuida a mi madre es joven. De todas maneras, una cosa es segura, ningún
viejo habría podido despertar jamás mi imaginación. Ninguno salvo la señora de abajo y el señor de arriba. Y ahora ya no veo la vejez como la oscuridad, sino como un destello de luz, tal vez el último. 

Capítulo 2
Hace un tiempo, Mr. Johnson, el señor de arriba, llamó a mi puerta. Vestía con sobria elegancia de gentleman, pero llevaba los zapatos desatados, el dobladillo del pantalón descosido y los calcetines de distinto color.
-Vivo en el piso de arriba -dijo-. Soy su vecino.
-Ya lo sé. Nuestro edificio no ha sido concebido para que no nos cruzáramos.
Tenía algo urgente que pedirme: si por favor podía regarle las plantas, porque él tocaba el violín en barcos de crucero, se iba de viaje y a su mujer le gustaban mucho las flores, sobre todo las rosas y las plantas de guisantes rojos, y se habría disgustado si al regresar llegaba a encontrárselas secas.
-No existen los guisantes rojos, Mr. Johnson, seguramente serán bayas.
Hace unos días, al volver del crucero, llamó otra vez a mi puerta para darme las gracias, se había encontrado las rosas y los guisantes rojos en plena forma, pero no era ése el propósito de su visita. Me preguntó un tanto cohibido si entre mis amigas estudiantes no podía buscarle a alguna que fuera competente y pudiera trabajar de ama de llaves a cambio de alojamiento y comida, porque se había marchado, tal vez para siempre, y ahora ya no necesitaba una asistenta y punto, sino alguien que se ocupara de toda la casa y no sólo de la limpieza. Como me veía siempre con muchos libros estaba seguro de poder fiarse de mí.

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