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El intelectual que se remanga la camisa

El autor mexicano Carlos Monsiváis solía describir a su amigo, el también escritor Sergio Pitol (Puebla, 1933), como un “editor de clásicos”. Antes que narrador y ensayista, Pitol fue editor y traductor de más de una veintena de autores y cerca de 100 títulos. Y en México, donde solamente se compran unos 2,9 libros por año (mucho menos que los 18 de Noruega y los 7,9 de España), la divulgación de la literatura roza el activismo. El autor dirige la colección Biblioteca del Universitario, un compendio de 52 libros (hasta ahora se han publicado 45) que se distribuyen gratuitamente entre los alumnos de la Universidad Veracruzana y que se pueden adquirir por unos 35 pesos (poco más de 2 euros). “La lectura no debe ser elitista”, explica en el centro de Madrid.

El escritor, un niño enfermizo que pasó postrado en la cama buena parte de su infancia –lo que lo convirtió en un voraz lector–, habla con dificultad por una embolia. Pero eso no quiere decir que no se sepa expresar. Se interesa, sonríe, bromea, pregunta y se indigna. A la mañana siguiente de la elección presidencial en México, que dio por ganador al candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) Enrique Peña Nieto, el narrador comenta que la vuelta del PRI al poder (que mantuvo en México un régimen hegemónico entre 1929 y 2000) es un síntoma “preocupante”. ¿Es igual que el PRI de antaño?, se le pregunta. “¡Es peor!”, exclama. “No ha cambiado. Es el mismo: dinero, corrupción, impunidad... Es más peligroso, porque finge que es otro y no es así”. La anécdota de que el presidente electo de México no puede citar tres libros que ha leído (como ocurrió en la Feria del Libro de Guadalajara en noviembre del año pasado y en una entrevista con The New York Times meses después) le indigna. “Por eso es tan importante que haya un mayor acceso a los libros”, comenta. Pitol lamenta que los 12 años de Gobiernos del conservador Partido Acción Nacional han dejado muy pocos frutos en la difusión de la cultura en México. “Han cerrado bibliotecas, hizo falta un plan integral y los apoyos son cada vez menores”, comenta con tristeza. “La cultura es una lucha contracorriente”. Aun así, habla con emoción del movimiento Yo soy 132, que agitó las elecciones mexicanas. “Se han superado etapas mucho más difíciles: la represión sistemática, la censura... Lo único que se puede hacer para seguir adelante es no dejarse llevar por el derrotismo y trabajar”.

Y en cuanto al trabajo, Pitol es un intelectual que se arremanga la camisa. Su trabajo en la Universidad Veracruzana en Xalapa (su hogar adoptivo tras más de 30 años fuera de México por su trabajo diplomático) se traduce en largas tertulias con sus alumnos sobre historia, filosofía, películas y libros. Recuerda que el primer libro que eligió para Biblioteca del Universitario fue Visión de Anáhuac y otros textos, del historiador mexicano Alfonso Reyes, uno de sus profesores. “Un gran profesor. Y es lo que intento transmitir a mis alumnos”. (Ese primer tomo, por cierto, se agotó). El escritor explica que, para él, la figura del intelectual sirve de poco si no va de la mano con la educación y el servicio.

Estudiante en Italia, traductor en China y España, profesor universitario y diplomático en seis países, a Pitol parece interesarle más hablar de lo que lee, edita y traduce que de lo que escribe. Menciona los títulos de la colección: “Hay de todo, no solamente literatura. También sociología, historia, filosofía...” o de su afición por la literatura polaca (fue uno de los primeros traductores en acercar la obra de escritores polacos a los lectores hispanohablantes). Decía Juan Villoro que la literatura de Pitol está marcada por “la búsqueda de lo otro” y no le falta razón. Pitol alude a sus obras (como El Mago de Viena, un libro con tintes autobiográficos difícil de encajar en un solo género literario) como el inevitable producto de tanto viaje y lectura, como si aquello fuera un accidente. “Viajé mucho. Iba a museos. Para escribir hay que ser muy curioso”. Aconseja la lectura como un médico recomienda una terapia (“Hace faltan lectores para tanto escritor”) y urge a sus alumnos a escribir. Le gusta definirse como un profesor-escritor. Y cuando se le recuerda que es uno de los cuatro mexicanos que ha ganado el Premio Cervantes de literatura (en 2005), el más prestigioso en habla hispana, responde con una naturalidad difícil de fingir. “Ah, sí”.

El Pais

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