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Historia de la pobreza en EEUU

La mejor guía para comprender qué ocurre bajo la apariencia y el éxito de una gran nación.
Premio Michael Harrington de Ensayo. Esta obra del profesor Pimpare, apoyada en reveladores documentos, estadísticas y testimonios, revela como la potencia hegemónica mundial, ejemplo de progreso y desarrollo económico, esconde una dramática situación de exclusión social.
Millones de ciudadanos de EE.UU. viven en la pobreza. La potencia hegemónica mundial, ejemplo de progreso y desarrollo económico, esconde una dramática situación de exclusión social. Esta obra del profesor Pimpare, apoyada en reveladores documentos, estadísticas y testimonios, es la mejor guía para comprender qué ocurre bajo la apariencia y el éxito de una gran nación.
«Prestar mayor atención a los más afectados, pero también a los más ausentes, en las historias de la pobreza y la asistencia social que se publican podría contribuir además a desterrar un cruel engaño subyacente a la cultura política estadounidense. Tal vez el credo del individualismo se ajuste bien a los más acomodados, pero representa un peligro para las clases sociales más vulnerables, que deben compartir recursos y poner en común sus necesidades» (Stephen Pimpare).
«La historia de los hombres y mujeres de todas las clases sociales, colores y culturas revela un asombroso grado de lucha y acción política independiente. Las gentes de a pie desempeñaron papeles históricos complejos y elaboraron ideas políticas enormemente sofisticadas y, a menudo, muy distintas de quienes los gobernaban» (Howard Zinn).
«Nos narramos nuestras historias individuales para tomar conciencia de nuestra historia colectiva» (Ralph Ellison).
INTRODUCCIÓN

LOS POBRES INDIGNADOS
Y LAS CONSTANTES DE LA AYUDA


              Me acuerdo de la anciana que vivía en el interior
              del país y un día fue al mar. Había vivido
              toda su vida en la pobreza. Nunca había tenido
              lo bastante de nada. Toda la comida que
              caía sobre la mesa, toda la ropa que vestía,
              tenía que ser meticulosamente medida. Cierto
              día, unos parientes amables la llevaron al
              mar. Se sentó junto a la orilla, en silencio, y
              al principio no se le oyó decir ni una palabra.
              Luego, cuando la miraron, le caían lágrimas
              por las mejillas. «¿Por qué, tía? -le preguntó
              su sobrina-. ¿Qué pasa? ¿Te encuentras
              mal?» «No -respondió ella llorando-. No
              me encuentro mal; pero, gracias a Dios, he
              visto algo de lo que hay de sobra.»

              OSCAR MCCULLOCH, 1889
Un mes de diciembre, a principios de la espantosa depresión de 1893, cuando se aproximaba la Navidad, un desfile de damas peripuestas de la Children's Potted Plant Society («Asociación de Tiestos para Niños») se abrió paso por los suburbios del Lower East Side de Nueva York en misión de caridad. Tenían un plan muy sencillo: iban a entregar una maceta con una planta a cada uno de los jóvenes más necesitados para ofrecerles un pedazo de vida y color que alegrara sus lúgubres y hacinadas moradas. Esperaban encontrar rostros sonrientes y agradecidos cuando distribuyeran cada uno de los presentes, una plan tita para cada pobrecito. Quizá aquel pensamiento complaciente compensara la inquietud que debieron de haber sentido por aventurarse en un territorio ajeno. Era una de las sociedades benéficas predilectas de Helen Gould (hija de Jay Gould, el despiadado capitalista).
     De manera que el lector podrá imaginar cuál fue su sorpresa cuando, en lugar de ser recibidas con una procesión organizada de humildes solicitantes, los niños «se precipitaron sobre la tarima donde iban a entregarlas, se apoderaron de cuatro o cinco macetas cada uno y salieron corriendo para venderlas por las calles». Las damas quedaron perplejas y estupefactas de miedo. Para algunas, el hecho seguramente confirmaba su idea de que «los pobres» eran incorregibles: al fin y al cabo, ellas solo pretendían ayudar y las recibieron con falta de civismo e ingratitud.
Boomerang

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