Ir al contenido principal

“La alegría de escribir es que uno puede descubrirse a sí mismo"

Dice el novelista Michael Ondaatje que ni en broma hubiese dejado a sus hijos en la infancia tomar un tren sin la presencia de un adulto. Sin embargo, nadie de su familia dudó en embarcarle —ni a nadie extrañó entre el pasaje— a su suerte con tan solo 11 años en un trasatlántico. Un barco que le trasladaría a principios de los años cincuenta de Colombo —capital de Ceilán (hoy Sri Lanka) en la que había nacido en 1943, siendo entonces colonia británica— a Reino Unido. Veintiún días en alta mar para ver de nuevo a su madre en Londres e ingresar en un internado. “Más que solo y aterrado en el barco, estaba perdido. ¡No tenía ni idea de a dónde iba! ¿Era a Inglaterra? No sabía que otros mundos existiesen. Yo era un chico muy de Colombo, sin conciencia del resto del mundo", ironiza Ondaatje por correo electrónico desde Toronto, donde ejerce como profesor universitario. Una aventura tan apasionante que el autor del superventas El paciente inglés (1992), premio Booker, le ha dedicado un libro, El viaje de Mina, recibido con elogiosísimas críticas en el mercado anglosajón e incluido en las listas de los mejores libros de 2011 del The New York Times, The Financial Times o The Guardian.

“Mis hijos tenían mucha curiosidad sobre ese viaje que hice a los once años. Pero, honestamente, no me acordaba bien. Así que comencé el libro con esta ubicación e inventé la historia. ¡Ahora me la creo toda!”, recuerda el también poeta que abandonó Reino Unido a los 19 años para instalarse en Canadá. “Creo que vivimos en una época de nómadas. Muchos vivimos en países distintos a los que nacimos. Esta es la historia de nuestra era”, sostiene Ondaatje, que sigue visitando a su familia, de origen holandés, en Sri Lanka.

El protagonista es Michael —personaje y autor comparten nombre pero no se descubre hasta haber leído un tercio de la novela— un chico descarado e inocente de 11 años con padres separados y camarote en segunda clase. En el comedor ocupa una mesa arrinconada por su poco pedigrí pero con curiosos comensales. Pronto Michael traba amistad con otros dos niños y cada día se prometen perpetrar algo prohibido. “No tengo tantas cosas en común con Michael como podría parecer. Hay conexiones geográficas y algunos pedazos de mis padres en él, pero el chico que he creado es ficción, ¡sobre todo después de haberle dado mi nombre! Porque desde que se lo di, necesité separarme más de él sin dejar que resultarse real. Quiero que el lector se identifique con él”. Ficciones como Hector de Silva, un millonario que se embarca para curarse en la metropolis de la rabia, un preso al que pasean por cubierta de madrugada o la señora Lasquetti, que viaja con 40 jaulas llenas de pájaros.

Se trata de un libro tremendamente visual y onírico, en la estela del resto, y como él dice “arqueológico”. “Si quieres saber quién eres en el presente, creo que es necesario escribir sobre el pasado. Casi todos mis libros son arqueológicos, se mueven desde el presente hacia adelante, pero al mismo tiempo investigan el pasado”. Michael vive en el “castillo flotante” un “rito del paso”, pues esta experiencia en solitario supone para él el salto de la niñez a la adolescencia. “El núcleo era el viaje de los chicos. Pero, entonces, quise también saltar al futuro para descubrir el pasado y di el paso de uno a otro de forma natural”, prosigue el autor de En una piel de león (1997) y El fantasa de Anil (2000). “La verdadera utilidad y alegría de escribir es que uno tiene la oportunidad de ser íntimo y sincero para adivinar, para descubrir, lo que no sabía de uno mismo. No estás bloqueado en un rol”.

El arte de contar historias durante la cena fue su literatura cuando era un niño pequeño. “Aún hoy soy más oyente que escritor”, asegura. Quizá por eso resulta tan fácil visualizar lo que cuenta al lector. “No sé si El viaje de Mina terminará siendo una película. Podría ser, pero los filmes en los barcos son muy caros. La cosa es que en un libro puedes ver todo en ese momento. Eso es lo maravilloso de la literatura”.

El País

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr

La extraña muerte de Fray Pedro

En 1913, el nicarag ü ense Ruben Dario presenta este cuento, el cual relata la historia de un fraile que muere en nombre de la ciencia. Un ser pertubado por el maligno espiritu que infunde la ciencia, el cual fragmentaba sus horas coventuales entre ciencia y oracion, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido. Con este texto, Ruben Dario, deja en claro que la fe es un acto de fidelidad, que se sobreentiende en el corazón sin pasar por la cabeza. “No pudo desde ese instante estar tranquilo, pues algo que era una ansia de su querer de creyente, aunque no viese lo sacrilegio que en ello se contenia, punzaba sus anhelos” Toda la historia tiene lugar en el cementerio de un convento, cuya visita va dirigida por un religioso. la guia advierte a sus seguidores sobre la lapida de Fray Pedro, personaje central del cuento. Un personaje “flaco, anguloso, palido” e incluso de espiritu perturbado cuya desgracia se veia venir con su sed de conocimiento. El fraile persuade a

Donna Tartt, el vuelo entre la alta y la baja literatura

Por su primer título,  El secreto  (1992), Donna Tartt  (Greenwood, Misisipí 1963) recibió un adelanto de 450.000 dólares (el equivalente sería hoy una cifra muy superior), caso insólito en alguien que no había publicado aún nada. Antes de salir el libro, un  extenso perfil aparecido en  Vanity Fair  predijo la fama de la autora, anunciando la irrupción en el panorama de las letras norteamericanas de una figura que supuestamente borraba la distancia entre la alta y la baja literatura. Confirmando las esperanzas puestas en ella por sus editores, “El secreto” vendió cinco millones de ejemplares en una treintena de idiomas. Las críticas fueron abrumadoramente favorables, aunque no hubo unanimidad con respecto al diagnóstico de  Vanity Fair.  La primera novela de Donna Tartt es un thriller  gótico que lleva a cabo con singular habilidad el desvelamiento de un misterioso asesinato perpetrado en el departamento de lenguas clásicas de Hampden College, institución universitaria de carácter