Otra interpretación ineludible de El lector de Julio Verne es su condición de Bildungsroman o novela de aprendizaje. La historia que se nos cuenta es la de un niño de 11 años. Y quien nos la cuenta es el mismo niño ya adulto, probablemente desde nuestro propio presente. Almudena Grandes recrea los movimientos guerrilleros del trienio 1947-1949, en la sierra de Jaén. En el centro de este conmovedor relato está el niño relatado por él mismo cuando ya es mayor. Está su memoria personal y su condición entonces de hijo de guardia civil, viviendo casi en primera línea los infortunios morales y físicos (delaciones, traiciones, torturas, allanamientos) que sufren no solo los familiares de los guerrilleros en el pueblo andaluz donde se desarrollan los acontecimientos, sino el propio protagonista y su familia. La autora de El corazón helado ata este segundo volumen al primero con una rápida mención a un restaurante llamado Casa Inés en el Valle de Arán. Si en el primer volumen (Inés y la alegría) el punto de vista se situaba en el lado de la guerrilla antifranquista, en El lector de Julio Verne el foco narrativo se traslada al lado opuesto, en su represión del grupo del célebre jefe guerrillero Tomás Villén Roldán, Cencerro.
Si en Inés y la alegría, el mentor de su heroína era Benito Pérez Galdós, en esta que comento el guía lector de nuestro pequeño héroe es Julio Verne. La elección del escritor francés y toda la aureola aventurera que lo rodea es la materia que otorga esa estructura de exploración física, pero sobre todo espiritual con que está impregnada la novela. Exploración de secretos indecibles, de visiones inéditas para un niño que se inicia en el conocimiento del dolor del alma y a esa intransferible felicidad que permiten unos pocos instantes irrepetibles. Vuelve Almudena Grandes a crear grandes caracteres humanos (como el guardia civil Miguel Sanchís y Pepe, el Portugués, entre otros) y pequeñas grandes escenas íntimas que te quedan grabadas para siempre.
Hago hincapié en el carácter novelesco de El lector de Julio Verne, en su halo de romance, en su naturaleza intrínsecamente poética, en esa concomitancia con ese mundo visual que caracteriza las películas de Víctor Erice (para que el lector se haga una idea de qué quiero decir). Los montes y sierras que habitan los guerrilleros tienen en la novela la dimensión de un mundo mucho menos inhóspito que mágico, donde los hombres son sombras, siluetas fugaces apenas entrevistas. Ahora bien, El lector de Julio Verne está compuesto de cuatro partes. Me parece un error de bulto el breve agregado histórico de la cuarta parte. Rompe el criterio soberbiamente elíptico con que la novela avanzaba. Para mí la novela acaba con la tercera parte. El resto es información. Una inexplicable elección que impide que la novela sea todo lo redonda que se merecía.
El País
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