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Una obra de arte

David Vann confirma con Caribou Island, su segunda novela, que nos encontramos ante un escritor de talla. Su estilo, tan duro como expresivo, lo aproxima a la estela melvilliana de la novela estadounidense contemporánea.

Después del formidable debut de David Vann con Sukkwan Island, el anuncio de una nueva novela titulada Caribou Island, igualmente ambientada en el áspero paisaje de Alaska, en la que de nuevo se contaba la lucha inclemente de un hombre en torpe y obcecada lucha contra sí mismo y contra la Naturaleza, producía cierta prevención ante la posibilidad de que Vann se hubiera enrocado en una especie de guarida literaria, un "más de lo mismo". Pues desechemos la prevención: el señor Vann ha demostrado con este nuevo libro que es un escritor de la cabeza a los pies.

En efecto: Gary es un hombre que ha conseguido frustrarse a lo largo de su vida y concibe la loca idea de irse a vivir a una isla en un lago con su mujer en una especie de regreso al origen para borrarlo todo y empezar de nuevo. En la novela anterior, el mismo asunto se cocía entre un padre y su hijo adolescente; esta vez el campo se abre: es un matrimonio el que se embarca en la absurda aventura, pero hay una serie de personajes que contemplan el dislate desde la orilla del lago, por así decirlo. Tienen dos adultos, Rhoda y Mark, que viven en una población cercana al lago sus propias vidas. Vann enfoca con igual atención a Rhoda que a su madre, estableciendo una soberbia relación entre las dos, uno de los grandes aciertos del libro, mientras Mark y su esposa dan cobijo a una segunda pareja, Carl y Monique, cerrando un conjunto de caracteres perfectamente eslabonados y medidos dentro de una intriga dramática que sobrecoge por su dureza, su desnudez y su penetración psicológica.

"Gary era un as del remordimiento", dice Irene, su esposa, y ese es exactamente su problema: el remordimiento de no haber hecho nada de sí mismo y haberla arrastrado a ella. Gary se aturde haciendo de homo faber, construye una cabaña sin tener ni idea, con una terquedad lastimosa. "Lo que Gary buscaba era (...) el retorno a una época idílica en la que pudiera tener un rol, ser el herrero, el panadero o el cantor de leyendas populares. Irene, por su parte, sólo quería que no volvieran a abandonarla, que no pasaran de ella, que no la dejaran de lado". La lucha de Gary es titánica y está contada deteniéndose morosamente el autor en todas las dificultades materiales hasta constituir el estilo de la novela. A su lado, Irene somatiza su miedo y su desesperanza progresiva con jaquecas terribles que le impiden dormir. Rhoda, por el contrario, está sumida en una vida ciudadana cotidiana mientras planea casarse con Jim, un dentista que a su vez planea engañarla periódicamente y empieza a hacerlo ya con Monique; el autoengaño de Rhoda se manifiesta en una desgana contra la que no lucha. Se dispone a asumir una vida semejante a la de su madre, Irene, y ésta, a su vez, no puede olvidar que su propia madre, al ser abandonada, se colgó de una viga, donde la encontró la niña. Mark, en cambio, sobrevive siendo un perfecto sinsustancia acomodaticio. El contraste entre la dramática y definitiva brecha que abre entre ellos la insensata lucha de Gary e Irene y la resignación de Rhoda y Mark está llevado con pulso maestro.

La historia y el estilo son tan duros, tan expresivo y preciso este último, que a varios críticos les ha dado por relacionarlo con la literatura de Cormac McCarthy, lo cual es una simpleza; pero sí es cierto que en Vann hay algo que lo aproxima a la estirpe melvilliana de la novela americana contemporánea que señaló Harold Bloom. Y la dureza salvaje del paisaje está presente no sólo en el paisaje mismo y en la lucha de Gary sino también en excursos admirablemente utilizados, como la pelea de Carl con los salmones en la mesa de lavado. Poco a poco, la imposibilidad de amor y de comunicación va agrietándose como los mismos postes de la estrambótica cabaña y esa paulatina invasión de la realidad no deseada se va abriendo paso entre todos, en cada uno a su manera, como una coral trágica. Por ahí es por donde Vann abre el camino para contar, esta vez, varias vidas anudadas en torno a un destino inexorable en un mundo en zozobra. Lo trágico afecta a Gary e Irene; lo dramático, a Rhoda; la simple supervivencia, a Mark. Todos se mienten para no decir ni decirse la verdad, pero todos la conocen, está dentro de ellos. Gary comprende que "la fe que entonces albergara había degenerado en determinación, ahora era un compromiso emparejado con el aniquilamiento". Irene piensa que "Gary quería vivir en la isla, pasar todo un invierno allí, tener esa experiencia. Pero (...) iba a ser un invierno y nada más. Llegada la primavera, abandonaría el lugar, abandonaría a Irene". La grotesca e inhabitable cabaña no es sino la exteriorización de la vida de un hombre. La niebla se cierra sobre sus vidas, el lago, la isla y la novela. Una obra de arte.




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