Desentrañar el íntimo vínculo entre sociedad,
individuo y naturaleza, entre trabajo teórico y conflicto privado, a lo
largo de una vida, es el excepcional logro de Joachim Radkau en esta
monumental biografía de Max Weber. La pasión del pensamiento
analiza minuciosamente la correspondencia que el fundador de la
sociología moderna sostuvo con las personas más cercanas a su vida, y
reconstruye con admirable detalle el contexto intelectual y el entorno
social en los que se inscribió su pensamiento -en este sentido, destaca
su descripción del ambiente universitario, especialmente en Heidelberg-.
Pero esta erudición se muestra, a la vez, capaz de percibir descifrar
los sutiles y complejos matices del estado de ánimo de su protagonista:
Radkau ofrece pistas imprescindibles para entender ese "padecimiento
nervioso" que cubre como una sombra la mayor parte de la obra de Weber.
Rara vez una biografía ha contado con fuentes tan detalladas que
permitan conectar la creatividad académica y la trayectoria intelectual
con la sensibilidad emocional y erótica. En esta travesía se revelan
muchas verdades insospechadas sobre la mente apasionada de Weber, pero
también -y en ello estriba su gran aportación- sobre las raíces mismas
de la creatividad en las ciencias sociales.
Ante la cueva del león enfermo
En una fábula de Esopo, un zorro se presenta ante la cueva de un
león enfermo. El león lo llama y le pide que entre, pero el astuto zorro
permanece fuera de la cueva. «¿Por qué no entras», pregunta el león. El
zorro responde: «Pues yo entraría si no viera las huellas de muchos que
han entrado, pero ninguna de uno que haya salido». En la versión de
Horacio: vestigia terrent, «las huellas aterran». La frase se ha
convertido en una sentencia célebre. Weber parecía un león enfermo ante
los ojos de los que presenciaban sus padecimientos;1 pero desde luego no
un león inofensivo. Mientras más me adentraba en el campo de la
investigación de Weber, más me daba vueltas en la cabeza el vestigia
terrent. ¿Procedía de modo inteligente? Una y otra vez me asaltaban las
dudas. Aquí también entraban muchas huellas, pero muy pocas salían.
Hasta entonces me había acostumbrado a moverme en el campo abierto de la
investigación, en la zona exterior de los gremios de las ciencias
sociales. Weber me llevaba a su centro más íntimo, donde todo es tan
estrecho que hay que estar parado codo con codo.
Para mi consuelo, también Weber fue en su tiempo un transgresor de
fronteras; su especialidad consistía precisamente en traspasar las
fronteras de las diferentes disciplinas. Quien acuda a Weber sólo como
una autoridad en su propia disciplina no podrá apreciar esta
perspectiva. Cuanto más se especializa la ciencia, más se pierde de
vista el Weber total, y vemos sólo la mitad o la cuarta parte de nuestro
personaje. Incluso se puede recurrir a «La ciencia como profesión» para
justifi car la propia estrechez de miras. Pero precisamente este ensayo
es un ejemplo excelente de cómo no debemos atrapar a Weber en citas
individuales, sino contemplar al hombre com pleto, desde los ensayos
sobre la bolsa de valores hasta las cartas de amor.
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