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El Príncipe de Asturias corona el magisterio de Philip Roth

El Premio Príncipe Asturias de las Letras ha premiado este año a Philip Roth, uno de los últimos novelistas vivos de la estirpe de grandes nombres de la narrativa norteamericana de la segunda mitad del siglo XX. Tuvo como amigos y maestros a escritores como Bernard Malamud y Saul Below y junto a otros contemporáneos suyos como Thomas Pynchon, John Updike y Norman Mailer abrieron una nueva senda en busca de la gran novela norteamericana.

De origen judío, Roth (Newark, 1933) es autor de títulos como El lamento de Portnoy, la 'trilogía americana' (Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana) y Némesis. Desde que publicara en 1959 Adiós Columbus, Roth ha recibido todos los premios más importantes de Estados Unidos y en el exterior, desde el National Book en su país hasta el Booker en Inglaterra, pasando por el Pulitzer y el Nacional de la Crítica. En su obra ha explorado la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o el macartismo. Desde que publicó su cuarto libro, El Lamento de Portnoy (1969), se convirtió en uno de los referentes imprescindibles del panorama literario universal. Dentro de su vasta producción, hay varias obras de gran envergadura, como la serie de novelas protagonizadas por su alter ego, Nathan Zuckerman.

El escritor estadounidense Philip Roth y el japonés Haruki Murakami llegaron hasta la última ronda de votaciones. En esta edición se han presentado 24 candidatos de 19 nacionalidades, entre los que también se encuentraban la autora canadiense Alice Munro, el estadounidense Jonathan Franzen y el irlandés John Banville.

El año pasado la Fundación Príncipe de Asturias concedía el galardón a la poesía cantada de Leonard Cohen. El cantante ya había estado nominado en la categoría de Artes, pero por primera vez el premio iba a parar un cantante de rock.

La rabia tejida y atemperada de maestría de Philip Roth es el justo y debido reconocimiento al facedor de una literatura total, arriesgada, tensa, desesperada, el reconocimiento a un nombre que ha marcado tres generaciones de autores y lectores por su cruda contundencia, por su desprecio a las concesiones, por su autenticidad.

A Philip Roth no le gusta la verborrea. Cara a cara, en la oficina que su agente, el Chacal, tiene en Manhattan, resulta un tipo cuya aspereza va cayendo a medida que se interesa en la conversación. Rey de la autoficción, a través de sí mismo y algunos alter ego que ya forman parte de la leyenda literaria universal como Nathan Zuckerman o David Kepesh, ha fundido sin contemplaciones el mundo que le rodea.

Explorador del sexo en todas las edades y vertientes, nutre sus novelas de una desesperación vital y autoparódica muy sana que le han llevado a explorarlo en propuestas surrealistas como El pecho o crepusculares como El animal moribundo, adaptada al cine por Isabel Coixet. Obsesionado con el judaísmo y el desarraigo, memorialista peculiar en obras como Los hechos o Patrimonio; criado en un Nueva Jersey del que advierte a los curiosos sobre las visitas –“no vaya, le pueden pegar un tiro”-, Roth ha escudriñado la vejez, la figura del padre y los traumas y simas de la América contemporánea en novelas impactantes que van desde El lamento de Portnoy a la emocionante Némesis, donde cuenta la caída de los héroes en un barrio asolado por la polio.

Su trilogía de América –Pastoral americana, Me casé con un comunista o esa obra maestra que es La mancha humana- ahonda en el ADN de una grandeza desolada entre los años cuarenta y la época de Clinton, lo mismo que en ‘Sale el espectro’ da un vuelco al nefasto periodo de Bush sin pelos en la lengua. No tarda Roth en aplicar el bisturí a los tiempos que vive y atestigua. No da tregua a un discurso tan hondo como pesimista y comprometido. Es un autor de pluma ardiente y examen de conciencia permanente, un referente estético y moral que también se sabe en deuda con nombres fundamentales e influencias tales como Saul Bellow, John Updike o Bashevis Singer. Su nombre engrandece la cuenta de un premio más que merecido.

Los otros candidatos

Gabriel García Márquez, propuesto por el cineasta Woody Allen es otro de los candidatos, con el francés Dominique Lapierre, el chino Yan Lianke, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, el senegalés Cheikh Hamidou Kane o el novelista Antonio Gala, el único español que opta al premio.
Desde la tarde del martes se reunía en Oviedo el Jurado encargado de otorgar el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2012, quinto de los ocho galardones internacionales que convoca la Fundación. El jurado, presidido por el director de la Real Academia Española, Jose Manuel Blecua está formado por Luis María Anson Oliart, Juan José Armas Marcelo, Xuan Bello Fernández, Blanca Berasátegui, Garaizábal, José Manuel Blecua Perdices, Amelia Castilla Alcolado, Juan Cruz Ruiz, José Luis García Martín, Álex Grijelmo García, Manuel Llorente Manchado, Rosa Navarro Durán, Soledad Puértolas Villanueva, Fernando Rodríguez Lafuente, Fernando Sánchez Dragó, Diana Sorensen, Sergio Vila-Sanjuán y Román Suárez Blanco (secretario)

 El Premio está dotado con un diploma, una insignia, una escultura de Joan Miró –símbolo representativo del galardón– y la cantidad en metálico de 50.000 euros.

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