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Dura la lluvia que cae

Dura la lluvia que cae es una novela de crimen, de castigo y de la búsqueda de una redención siempre postergada en la estela de Dostoyesvki. Épica en su alcance, la historia cubre más de tres décadas, desde los años veinte, más rurales, hasta el San Francisco de los años sesenta. Narra las aventuras de Jack Levitt, un adolescente huérfano, que se las arregla para sobrevivir en hoteles roñosos y salas de billar, y Billy Lancing, un joven negro, fugitivo y chapero en el mundo del billar. Tras el paso de Jack por el reformatorio y el ingreso de Billy a la clase media - se casa, es padre de un hijo, tiene un negocio y una amante - el pasado persigue a ambos personajes, apresados en un destino que los une. Después del reencuentro de los dos en una cárcel de California, sus contrariedades verán un final violento y revelador.

«Dura la lluvia que cae pasa con un estruendo por las calles oscuras del Oeste como un Ángel del Infierno buscando una pelea.» The New York Times
«Siempre se ha dicho que Don Carpenter era un escritor para escritores, enormemente admirado por los críticos y los novelistas por su brillantez y precisión. Cada lector que conozco era masilla en sus manos una vez que abría una de sus novelas asombrosas. Podía ser divertidísimo, romper el corazón, escribir del egocentrismo y de la flaqueza tan bien como cualquiera. Lo quería con locura.» Anne Lamott
«Don Carpenter combina la perspicacia de un reportero por el detalle exterior con el sentido del novelista por los abismos interiores .» Los Angeles Times
«Un libro poderoso y sin concesiones, escrito de manera realista, brutal en la intensidad de las acciones. Muy recomendable.» Library Journal

PREFACIO
Incidentes en el este
de Oregón
(1929-1936)
Pueden matarte, pero no pueden comerte.
Creencia popular
ESA mañana, había tres indios de pie ante la oficina de Correos cuando la motocicleta atravesó la calle Walnut a toda pastilla, haciendo que Mel Weatherwax retrocediera en su camioneta y atropellara al vaquero que estaba cargando sacos de cal. Probablemente, el hombre y la mujer que iban en la moto ni se percataron del accidente que habían causado, de lo rápido que circulaban. Ambos llevaban gafas protectoras, y todo lo que Mel vio fue la motocicleta roja, las gafas y dos matas de pelo, negra la de él y rubia la de ella. Pero todo el mundo se olvidó de ellos; el vaquero estaba malherido y despotricaba ahí tirado, sobre el polvo rojizo, con la cara blanca de dolor. Los indios se quedaron de pie en la acera de tablas y vieron cómo Mel Weatherwax y uno de sus empleados se llevaban al vaquero herido hacia la sombra del callejón que había junto a la tienda.
      El médico apareció al cabo de un rato y también se puso a despotricar, mientras se acuclillaba y palpaba con los dedos el cuerpo del vaquero. Se habían congregado ya algunas personas para ver lo que hacía el médico, y entre ellas había alguna que otra mujer, lo cual no interrumpió el flujo de juramentos del galeno. Resultó que había algunas costillas rotas y que lo más probable era que al mover el cuerpo, los extremos astillados de esas costillas hubiesen perforado los pulmones. 

El País

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