Esta es una novela distinta. Es distinta en estructura, en la
aplicación del punto de vista y en su escritura, lo cual es como decir
que estamos ante un libro extraordinariamente sugestivo y un verdadero
derroche de arrojo literario. Teju Cole
es un escritor e historiador de arte, hijo de padres nigerianos, nacido
en Michigan, criado en Nigeria y establecido desde 1992 en Estados
Unidos. Ciudad abierta
es su primera novela y entronca directamente con el gran creador de la
literatura moderna, Charles Baudelaire, porque su narrador es un
paseante que camina por la ciudad y mira. Hay en él un placer de mirar y
sentir semejante al del flâneur de Baudelaire sintiéndose
anónimo observador entre la multitud desconocida. En ambos se da esa
visión de la ciudad moderna concebida como “desierto del hombre”, pero
la singularidad de Cole está en que él, aunque vive y trabaja en la
ciudad de Nueva York, la contempla con una mirada exterior, no nativa, y
su intención es el conocimiento, no el descubrimiento de un sustancial
cambio de modelo social.
La novela debe también mucho a un escritor como W. G. Sebald: esa
mezcla de narración, reportaje y observación que Sebald ajustó
magistralmente en Los anillos de Saturno
halla aquí su eco porque el narrador es un paseante que camina y
observa, reacciona, se relaciona —principalmente con inmigrantes y, en
estupendo contrapunto, con un viejo profesor de literatura y una
cirujana belga— y, al aire de las pequeñas cosas y los pequeños sucesos,
integra en la corriente de su relato de manera admirable los conflictos
del mundo, bien políticos, bien morales y éticos; con ello, el flujo de
pensamiento que lo acompaña en sus paseos se introduce en la propia
descripción de la ciudad, que se muestra con una plasticidad (colores,
objetos, sensaciones) deslumbrante. Es tan difícil mezclar bien todos
estos aspectos de una narración que su novela se convierte en un logro
memorable.
El narrador es un joven psiquiatra nigeriano establecido en la ciudad
y el relato es también un repaso minucioso, y emotivo, de su propia
historia, de su conciencia y su yo, del cual se desprende también la
presencia y el hondo sentido de la inmigración y sus consecuencias,
expuesto con serenidad y sentimiento. En cuanto a la estructura, fundada
en la sucesión de paseos —y en una escapada a Bruselas muy bien elegida
como contraste—, alterna pasado y presente, tanto de sí mismo como de
sucesos y problemas de nuestro siglo, en una interrelación que se
desliza de un tiempo a otro con gran naturalidad como, por ejemplo, el
paso de la lluvia en la casa de Lagos a la lluvia de Bruselas. Junto a
ello, la sensibilidad perceptiva del narrador, llena de referencias
culturales, obvia esa trampa clásica del escritor primerizo de la
referencia constante a las fuentes culturales y se muestra con frescura y
convicción. Y lo mismo puede decirse de su andariega escritura, donde
la descripción se llega a cargar de imágenes que no abruman y de otras
de sugestiva sencillez, como cuando anda por la orilla del Hudson
(“Escuchando el aliento del agua caminé por el paseo hacia el norte”).
Y esta novela es, quizá, una fascinante versión moderna de lo que
antes se llamaba "novela de ideas". Transcurre en 2007, seis años
después del atentado a las Torres Gemelas.
El País
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