Ir al contenido principal

Por cada página escrita, cien leídas

La vieja rima dice que el periodista no debe ser protagonista, pero toda rima tiene sus excepciones. Así, Ryszard Kapuscinski –en portugués angolano, Ricardo Kapuchinsky- es estos días el protagonista de un homenaje en la Casa del Lector de Madrid. El homenaje consta de una exposición de fotografías (tomadas en la antigua URSS por el propio R. K.), un taller (la semana que viene, a cargo de José Andrés Rojo) y dos mesas redondas precedidas por la emisión de la entrevista que le hizo Fernando Sánchez Dragó en Oviedo en 2003 cuando a K. le dieron el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. El propio Dragó moderará la semana que viene un coloquio sobre K. y los corresponsales de guerra en el que participan Ramón Lobo, Alfonso Armada y Gervasio Sánchez. Es el segundo y último de una serie (de dos) que empezó el jueves pasado en otro coloquio entre Llátzer Moix, Luis Ventoso y uno mismo en el que uno mismo, aprovechando que estaba en la casa del lector habló de sus lecturas de K. y de algo así como tres cosas que se aprenden leyendo a Kapuscinski. Las que siguen:

1. Un periódico no es un libro, una agencia no es un periódico.

Dos cosas que no conviene olvidar al hablar de la altura literaria de los libros de Kapuscinski (1932-2007): que era un periodista de agencia, o sea, de la clase tropa del periodismo; que sus primeros libros fueron, lo contó él mismo, reuniones de notas de corresponsal transmitidas por télex a medio dólar la palabra. 

Guerra-del-futbolSus libros nacieron de esa, en todos los sentidos, economía de guerra. “Cada vez que regresaba de mis viajes tenía la impresión de que lo que había escrito en esas noticias era muy superficial, muy pobre, muy limitado. Para reflejar todo lo que yo sentía, vivía y experimentaba tuve que buscar otros medios de expresión, y así fue como comencé a elaborar mis reportajes. La profunda insatisfacción ante lo que había hecho en la urgencia del trabajo de corresponsal me lanzó a buscar un método mejor para narrar, un modo de superar la expresividad del lenguaje de la agencia de noticias”. Lo explicó en un taller de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano recogido más tarde en un volumen muy recomendable: Los cinco sentidos del periodista.
El primer libro construido de “modo original” por Kapuscinski fue el octavo que firmó: La guerra del fútbol.

2. Por cada página escrita, cien leídas.

“Nunca comienzo un libro si no he estado familiarizado con su asunto durante por lo menos unos 20 años o si no le he dedicado unos tres a trabajar en particular sobre su tema”. Ahí puso el listón K., que recorrió 70.000 kilómetros en la URSS para escribir El imperio y estudio Etiopía durante 13 años para El emperador.

EmperadorimagesDado que la televisión ha hecho inútiles muchas descripciones, el periodismo de libro se desplaza hacia el ensayo. Y no hay ensayo sin conocimiento de causa.
Otra vez K.:Si un autor se siente inseguro acerca del objeto de su trabajo, inmediatamente su escritura deja ver esa falta de confianza. La fuerza de la prosa viene de nuestra seguridad. Para producir una página debimos haber leído 100”.
Y otra vez: “En algún sentido, escribir es la menor parte de nuestro trabajo”.

3. Todas las crónicas hablan de Angola, todos los lectores son polacos.

Muchos libros de Kapuscinski tienen estructura de mosaico –polifónica, decía él-, pero Un día más con vida, no. Era su favorito. Lo escribió un año después de vivir en Angola las semanas previas al 11 de noviembre de 1975, el día establecido para la independencia del poder colonial portugués. Un día más con vida -libro de viaje, diario, crónica, ensayo- es más lineal que otros célebres libros de K. Reproduce además, las escuetas crónicas que mandaba a su agencia, crónicas que contienen adjetivos como encarnizadas al lado de sustantivos como batallas. Al leerlos juntos se entiende por qué un periódico no es un libro y una agencia no es un periódico. El K. que podría haber ganado el premio Nobel de Literatura es el de los libros.

UndiaCR59_GR. K. fue el único corresponsal extranjero que se quedó en Angola -“un país rico poblado por 5 millones de pobres”- mientras se marchaban los bomberos, los basureros y los policías (aunque seguían llegando las importaciones, por ejemplo, de palos de golf).

La esclavitud, el petróleo y los diamantes son algunos de los ingredientes que explican, según K., el pasado y el presente de un país como Angola, utilizado por Portugal como colonia penitenciaria y exportador masivo de esclavos a países como Brasil (no por casualidad, dice K., el primero en reconocer la independencia del país africano) y Cuba (cuyo ejército, no por casualidad, desembarcó en el país africano teniendo a K. por único testigo periodístico internacional).

Un día más con vida (Anagrama. Traducción de Agata Orzeszek) contiene además observaciones sobre el periodismo como antídoto de la propaganda política que parecen escritas hoy mismo después de la comparecencia de la portavoz de un partido para dar cuenta de las andanzas de un extesorero o de un presidente del Gobierno para hablar de la crisis/desaceleración: “Cuando la situación es favorable los comunicados son breves y serenos. Los hechos hablan por sí mismos, de las cosas buenas no hace falta convencer a nadie. Cuando, por el contrario, algo empieza a ir mal, cuando las cosas se ponen feas, los comunicados se vuelven extraordinariamente largos y confusos, aparece en ellos un gran número de adjetivos y se multiplican los elogios dirigidos al propio orador tanto como los epítetos que ridiculizan al adversario”.

El 11 de noviembre de 1975 Angola es oficialmente independiente y Kapuscinski manda una de sus últimas crónicas. Poco después pide a su jefe que le permita volver a Varsovia.
“Michal, aquí Rysiek, hace tiempo que se me ha acabado el dinero y estoy medio muerto”, le escribe. “Más o menos ya se sabe cómo se desarrollarán los acontecimientos por aquí: ganarán los del país pero la cosa aún durará lo suyo, y yo estoy al límite de mis fuerzas. Por eso os pido que me deis el visto bueno para regresar”.

“La cosa durará lo suyo”, dice. En 2000 Kapuskinski añadió a su libro un epílogo que se abre con esta frase: “La guerra sigue”. Por lo pronto, en aquel noviembre del 76 le permiten volver vía Lisboa pero le piden que se quede en la capital portuguesa: Franco ha muerto y el corresponsal –Mirek Ikonowicz- ha volado a Madrid.

Antes de volver a Europa, R.K. va a despedirse del presidente Agostinho Neto, poeta como él. Relata entonces que más de una vez se vieron sin que el periodista se atreviera a hacerle preguntas que consideraba incómodas. Ese es el tipo de confesiones posible en un libro pero impensables en un periódico. Ese es el tipo de diferencias que, sin salir el periodismo, se aprenden leyendo a Kapuscinski, Ryszard, en portugués de Angola, Ricardo.
...............
En la imagen, Kapuscinski retratado por Paco Paredes en una exposición de las fotografías del periodista polaco celebrada en Oviedo en 2003.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr

La extraña muerte de Fray Pedro

En 1913, el nicarag ü ense Ruben Dario presenta este cuento, el cual relata la historia de un fraile que muere en nombre de la ciencia. Un ser pertubado por el maligno espiritu que infunde la ciencia, el cual fragmentaba sus horas coventuales entre ciencia y oracion, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido. Con este texto, Ruben Dario, deja en claro que la fe es un acto de fidelidad, que se sobreentiende en el corazón sin pasar por la cabeza. “No pudo desde ese instante estar tranquilo, pues algo que era una ansia de su querer de creyente, aunque no viese lo sacrilegio que en ello se contenia, punzaba sus anhelos” Toda la historia tiene lugar en el cementerio de un convento, cuya visita va dirigida por un religioso. la guia advierte a sus seguidores sobre la lapida de Fray Pedro, personaje central del cuento. Un personaje “flaco, anguloso, palido” e incluso de espiritu perturbado cuya desgracia se veia venir con su sed de conocimiento. El fraile persuade a

Donna Tartt, el vuelo entre la alta y la baja literatura

Por su primer título,  El secreto  (1992), Donna Tartt  (Greenwood, Misisipí 1963) recibió un adelanto de 450.000 dólares (el equivalente sería hoy una cifra muy superior), caso insólito en alguien que no había publicado aún nada. Antes de salir el libro, un  extenso perfil aparecido en  Vanity Fair  predijo la fama de la autora, anunciando la irrupción en el panorama de las letras norteamericanas de una figura que supuestamente borraba la distancia entre la alta y la baja literatura. Confirmando las esperanzas puestas en ella por sus editores, “El secreto” vendió cinco millones de ejemplares en una treintena de idiomas. Las críticas fueron abrumadoramente favorables, aunque no hubo unanimidad con respecto al diagnóstico de  Vanity Fair.  La primera novela de Donna Tartt es un thriller  gótico que lleva a cabo con singular habilidad el desvelamiento de un misterioso asesinato perpetrado en el departamento de lenguas clásicas de Hampden College, institución universitaria de carácter