La Gran Novela y la Humanidad establecieron un pacto que sigue plenamente en vigor, y rara es aún la novela que no suponga una apología o una refutación de los valores burgueses. La gran mayoría de los novelistas del gran siglo ruso no eran burgueses: Dostoievski, hijo de un médico, quizá fuera la excepción, y ciertamente el más prolijo partidario de la Condición Humana. La vena aristocrática o señorial de muchos de estos escritores los llevó a interrogarse por el modelo de héroe épico y por el destino de las tierras, preocupaciones poco burguesas. Pero todos ellos, de un modo u otro, contribuyeron a definir al Hombre que aún campa por nuestro siglo y sus novelas, aunque lo hicieran interesándose más por sus contrafiguras: no por el individuo laborioso, sino por el ocioso o el nihilista; no tanto por el virtuoso como por el abyecto; no por el matrimonio feliz sino por el fracasado; no tanto por la familia sólida y productiva como por el nido de rencores, deshonras y hasta parricidios. Entre tanta pericia novelesca, también quisieron saber, sin agotarse y desde diversos ángulos, dónde empezaba y terminaba lo Humano.
Pushkin ya se extrañaba de que el Hombre no incluyera a la mujer y algunas de sus heroínas reivindican la inteligencia, nunca señalada por el Hombre, de la mujer rusa; algunos narradores de Turguénev, modernísimamente desvirilizados, se atreven a decir que lloran "como una mujeruca", una asociación insólita en el siglo XIX, no sólo en Rusia. Por su parte, la servidumbre (no abolida hasta 1861 por Alejandro II, se dice que influido por la lectura de Turguénev) y otros extremos del zarismo inspiraron tremendas narraciones sobre lo infrahumano, desde los presos de Siberia de Dostoievski hasta los niños hambrientos de Chéjov y, sobre todo, el mundo brutal y sin justicia de los "exhombres" de Gorki. Por otro camino, muy apartado pero igual de concurrido, vagaba el peregrino, el místico, el anacoreta, el hombre que, habiendo dejado de ser Hombre, quizá así lo empezara a ser, y que tanto cautivaría a Tolstói en las últimas décadas de su vida. El gran siglo de la literatura rusa tuvo, por supuesto, otras figuras y otros secretos, pero éste es su tradicional legado. La literatura posterior no ha dejado, algo cohibida, de querer emularlo.
Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960) es escritor, traductor y editor en Alba Editorial. Entre sus últimos libros están Habitación doble (Anagrama, 2010) y Cuentos de los 90 (Caballo de Troya, 2011). El romanticismo ruso en época de Pushkin . Museo Nacional del Romanticismo. Calle de San Mateo, 13. Madrid. Hasta el 18 de diciembre.
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