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El abrigo que arropaba a Cortázar

Wiesenthal defiende la literatura que pervive en su pregón de la Feria del Libro Antiguo.

Mauricio Wiesenthal reconoce que nació "en otro tiempo, cuando el mundo era más sencillo", una época en la que incluso las personas analfabetas conservaban libros extraviados "como se ama un relicario mágico". Por su bagaje de lecturas y experiencias, el barcelonés vislumbra que los volúmenes tienen una vida secreta, y los versos de Marceline Desbordes-Valmore pueden cambiar su ubicación en las estanterías y buscar en la noche la proximidad de la obra de Heine; también concibe que toda la gran literatura comparte el mismo linaje, como si los autores hubiesen tenido "el mismo abrigo prestado, que va pasando de frío en frío", igual que aquella prenda que llevaba Cortázar cuando frecuentaba la Librairie Espagnole de París. En el pregón con que el autor de El esnobismo de las golondrinas inauguró ayer una nueva convocatoria de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, Wiesenthal propuso un viaje por la herencia de la vieja Europa, una rebelión contra quienes profanan el arte por la codicia y una defensa de la cultura vinculada a la emoción y la vida.

El erudito, que siempre ha luchado contra la desmemoria, confesó que su abuelo había sido litógrafo e impresor, y lamentó que actualmente se olvide que "la historia del libro ha tenido, antes que nada, dos humildes y virtuosos intérpretes: el impresor y el librero". Wiesenthal añora aquellas imprentas en las que un escritor podía crear "oliendo el perfume dulce y resinoso de la tinta, viendo el ajetreo de los cajistas, oyendo el gemido de las prensas de madera"; habla del estremecimiento ante un ejemplar primorosamente elaborado, con esas "viejas letras de trazo caligráfico; todo lo contrario de la burda tipografía Arial que eligieron los modernos editores por ser la más barata y vulgar de todas las que podían comprar a saldo". El autor, a quien le interesan los lectores que sienten "respeto por el pequeño negocio de los libreros, el oficio de los encuadernadores y el santuario mágico de las bibliotecas", sostiene que "aquellas letras antiguas permitían comprender que la literatura exige tiempo, como la lectura de una partitura".

Ya desde los comienzos, "en el escenario romántico de mis primeros sueños de modesto escritor", las grandes editoriales "se presentaban entre truenos, como las trompetas del Apocalipsis". Le inquietaban "las propuestas triunfales y las cifras de venta de aquellos libros de entretenimiento que Cervantes habría mandado al corral en un rápido y certero escrutinio".

El narrador, que ha desarrollado un universo literario en el que resuena el eco de los maestros, defiende que "los libros tienen más memoria que los seres humanos, y, además, pertenecen fieles a ella. Envejecen contando siempre las mismas historias, hasta el día en que alguien los rompe, los maltrata, los destroza o los quema. Hablan de revoluciones y pasiones, de guerras y tiranos, de monjes atormentados y de santos que predican locuras de amor". El también enólogo anhela que el lector se siga acercando al libro buscando la excelencia, como los expertos del vino buscan caldos "tentadores como una frambuesa, perfumados por la vainilla del roble tostado". Si no, advierte Wiesenthal, aguarda la decadencia: el destino de Europa se juega, señala el escritor, "en que sepamos mantener los elementos distintivos de nuestra cultura". Y en esa causa nos acompañan los mejores libros, que "se convierten un día en libros viejos: aquellos con los que caminamos mejor en el cansancio de la vida".

diariodesevilla.es

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