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Guerra del 15

Guerra del 15, publicado en 1931, recoge los apuntes que Giani Stuparich tomó durante los dos primeros meses de la guerra en Monfalcone, en el noreste de Italia, cuando participó desde las trincheras en las sangrientas batallas del Isonzo. El libro conserva la vivacidad propia del momento en que se redactó, en pleno conflicto, y ofrece una visión no solo de la contienda, sino sobre todo de las reacciones psicológicas de un joven voluntario que se enfrenta a una realidad brutal. Frente a la retórica belicista de la que luego haría alarde el fascismo, el autor indaga las consecuencias de la guerra en la naturaleza del hombre y sus valores. En palabras de Claudio Magris, se trata de una obra que sigue siendo uno de los mejores testimonios europeos de aquella época convulsa, en la que «la inspiración moral está indisolublemente unida a la creativa y fantástica», y que ofrece una «perfecta simbiosis de humanidad y escritura».

GUERRA DEL 15
        2 de junio de 1915, tarde. Roma. ¡En Portonaccio! Se sale de la estación de Portonaccio. El nombre se antoja de mal agüero, pero no pensamos en los nombres. Algunas lugareñas nos presagiaron ya buenos augurios, justo al salir del cuartel. Llevamos con nosotros las rosas que nos han regalado. Vamos de estreno, desde el calzado hasta la boina. Los inmaculados alamares, ribeteados de rojo carmín, reirían si les diera el sol, pero el cielo está gris: ha llovido y seguirá lloviendo. Da igual; bajo la piel sudada, estamos frescos; vamos con la cabeza gacha por el esfuerzo de equilibrar la mochila (además, la hemos atiborrado de libros) bajo el agua, pero el pensamiento se eleva. Una vez llegados, un jugoso limón restaura el cálido estómago y las inflamadas venas. Mientras subimos, se precipita un aguacero sobre Portonaccio. Vagones para la tropa. Un racimo de cabezas se asoma a la gran abertura. En los coches cercanos se canta. Llegan Gigetta y Elody bajo los paraguas lustrosos. Nuestros compañeros asisten maliciosos a los saludos y besos. Miro a Elody, que está como extraviada y confundida detrás de Gigetta. Por contra, Gigetta se siente segura en su dolor, llora y sonríe, sus ojos revelan la plegaria a Dios para que le salve al marido y la promesa al marido de mantenerse tranquila y serena. El tren se pone en marcha. Entre los cantos y el griterío ajenos se anegan los brotes de nuestros delicados pensamientos.
       Gotea agua del techo y se forman charquitos entre los asientos. Un quinqué resplandece como un pequeño faro en una vasta atmósfera neblinosa. Se balancean rostros blanquecinos entre reflejos rojizos y bocas abiertas emiten sonidos aquí y allá. El tren se zarandea y las voces cantantes se dan la réplica sin tregua:
Addio mia bella Napoli,
mai più ti rivedrò!
oh oh oh! oh oh oh!

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