Todo comienza con una gran boda en Pittsburgh. Se
casan Cynthia y Adam; ambos tienen veintidós años y son los primeros de
su generación en entrar en la temida, despreciada, ambiguamente deseada
vida de los adultos. Viven juntos desde hace dos años en Nueva York,
pero se casan en Pittsburgh -una opaca ciudad industrial- porque el
segundo marido de la madre de Cynthia, el acaudalado Warren Sikes, ha
pagado con mucho gusto la suntuosa boda. Y también el viaje y el
alojamiento de los invitados, un batallón de jóvenes que desdeñan el
mundo de sus mayores pero no tienen ningún deseo de cambiarlo; sólo
quieren apoderarse de él, y saben que inevitablemente les llegará la
oportunidad. Esta entrada en la vida adulta es también el comienzo del
ascenso de Adam y Cynthia Morey desde la clase media hasta las cimas del
gran dinero, donde se viaja en jets privados, se tiene siempre una
limusina con un chófer disponible y se acaba creando una fundación u
obra de beneficencia para ayudar a los desposeídos, lavar el dinero,
admirarse a uno mismo.
Y así,
con hijos, con padres que aparecen, desaparecen y mueren, y en medio de
una escena social espléndidamente descrita, con un Adam que ha
encontrado la manera de enriquecerse sin hacer mal a nadie y ha
descubierto también una perturbadora característica del dinero: que sólo
se puede pensar en él en términos de crecimiento, es decir, en cómo
usarlo para hacer más dinero, prosigue la historia de los Morey, de su
ascenso sin caída. O quizá con la insinuación de que tal cosa podría ser
posible en medio del espléndido sueño americano.
Una novela seductora, sutil, de una ambigua ironía, que esquiva la caricatura, el maniqueísmo, los juicios morales obvios.
«Sólo dos novelas han hecho latir mi corazón más rápido en el último año. Una es Los privilegios.
Su tono es perfecto, y muy inteligente su percepción de la vida
moderna. Y es increíblemente divertida y desvergonzadamente seria. Me
subyugó» (Richard Ford).
«Una novela
astuta y seductora sobre aquellos a quienes todos estamos de acuerdo en
odiar. Cada una de las páginas de este agudo estudio de los megarricos
es una delicia, y una obra maestra de equilibrio entre la empatía y la
distancia crítica» (Jonathan Franzen).
«¿Se
puede examinar la vida de alguien que carece de valores, de ética, de
moral? ¿Puede alguien que no tiene moral llevar una vida moral? ¿Qué
sentido tiene vivir una vida amoral? La inteligente novela de Jonathan
Dee plantea todas estas preguntas bajo la forma de un cuento moral. Una
novela elegante, sabia, y a menudo muy divertida» (The New York Times).
«Una
inteligencia y un oído infalibles para captar los diálogos y las
costumbres contemporáneas. Una novela apasionante y moralmente ambigua» (The Economist).
«Admirablemente implacable» (The New Yorker).
«No
abundan entre nuestros mejores literatos los que se atreven a
enfrentarse tan abiertamente a temas como el dinero o la clase social, y
ésta es una de las razones que hacen que Los privilegios sea
una obra tan importante, tan irresistible... Una evocación perfecta de
un particular estrato de la sociedad neoyorquina, pero también una
conmovedora meditación sobre la familia y el amor romántico» (Jay
McInerney).
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¡Una boda! La primera de una generación; la novia y el novio sólo
tienen veintidós años, demasiado jóvenes para casarse en estos tiempos.
La mayoría de sus amigos llegaron en avión ayer y, aunque están en
Pittsburgh, una ciudad de medio millón de habitantes, exhiben una
desorientación esnob y simpática, porque vienen de Chicago y Nueva York,
pero también porque imaginar que están de pronto en medio de la nada
encaja perfectamente con la sensación que les causa el acontecimiento en
general, su novedad inquietante y mágica. Todos, por supuesto, han
asistido alguna vez, de niños o adolescentes, a la boda de un tío o un
primo e incluso, en algún caso, a la boda de su madre o de su padre, así
que saben qué pueden esperar. Pero ésta es la primera vez que
participan como amigos y coetáneos de los novios; y la euforia rara y
anárquica que sienten va ligada al miedo de que los estén empujando, en
la persona de otros, al mundo responsable de los adultos, un mundo en el
que la salida desaparecerá a sus espaldas, y para el que se sienten
orgullosos de no estar preparados. Son adultos que fingen ser niños que
fingen ser adultos. El ensayo de la cena nupcial acabó anoche con la
paciencia del encargado del restaurante, que amenazó con llamar a la
policía. El nuevo día se desarrolla como una mezcla inestable de
trascendencia y acampada. Nueve horas antes de la cita en la iglesia,
muchos siguen durmiendo, pero ya las viejas y sólidas paredes del
Athletic Club de Pittsburgh parecen vibrar con un exceso de entusiasmo
señorial.
Mediados de septiembre. Desde el
Día del Trabajo, una ola de calor tardía y desalentadora recorre la
mitad occidental de Pennsylvania. Cynthia se despierta en casa de su
madre, en una cama en la que sólo se ha despertado cinco o seis veces en
su vida, y en lo primero que piensa es en qué tiempo hará. Se pone una
camiseta por si hay alguien más despierto, pasa junto a su insoportable
hermanastra Deborah (nunca Debbie) que duerme con un pijama de franela y
medio cuerpo fuera del sofá del cuarto de estar, y abre la puerta
corredera de la terraza, desde donde ve a lo lejos las banderolas
fláccidas del campo de golf de Fox Chapel.
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