El primer libro de relatos de Alasdair Gray es
una magistral colección que, junto a su novela Lanark, lo situó como uno
de los más originales e importantes escritores escoceses.
En
ella encontramos relatos, ilustrados por el propio Gray, sobre la
estructura jerárquica de la sociedad, el culto a los osos, la
explotación industrial de los patos, la construcción de obras faraónicas
o la lingüística del siglo XVIII. Aunque, ¿realmente habla sobre esos
temas?
Según Jonathan Baumbach del New
York Times, 'Alasdair Gray es un rebelde que lucha de forma desesperada
contra la tiranía interiorizada' y sus 'Historias inverosímiles, en
general, son violentos gestos de libertad estética y moral. Unos
melancólicos, y a veces extáticos chirridos de cadenas que insisten
-mediante el ejemplo de su humor, energía y belleza- en la trascendencia
de la imaginación'.
«El libro es una
maravilla de ingenio, una colección variada y rica en la que las
habilidades de Gray como artista visual e ilustrador se colocan no sólo
al lado, sino más allá de los productos de su fértil imaginación como
escritor». The Washington Post.
PRIMERA CARTA
QUERIDO
PADRE , QUERIDA MADRE: El nuevo palacio me gusta. Es todo a cuadros
como un tablero de ajedrez. Los cuadros rojos son edificios, los blancos
son jardines. En el centro de cada edificio hay un patio, en el centro
de cada jardín hay un pabellón. Soldados, ayas, mensajeros, conserjes y
otros integrantes de la clase servidora viven y trabajan en los
edificios. Los miembros de la clase de los huéspedes de honor tienen
pabellones. Mi pabellón es pequeño pero hermoso, y está en el jardín de
las hojas perennes. No sé cuántos cuadrados tiene el palacio, pero sin
duda más que un tablero de ajedrez. Habéis oído el rumor de que para
levantar los fundamentos se habían demolido algunas aldeas y una famosa
ciudad pequeña. Aunque ese rumor lo autorizó el emperador inmortal, a mí
me pareció exagerado. Ahora me parece demasiado tímido. Desde la vieja
capital, donde espero que continuéis siendo felices, pasamos diez días
viajando río arriba. Los días eran claros y tibios, sin polvo, sin
niebla. Sentados en la cubierta alcanzábamos a ver las torres de las
ciudades a nueve o diez kilómetros de distancia, y cuando al anochecer
nos levantábamos veíamos, en lo más lejano del horizonte, en el
crepúsculo, el centelleo del heliógrafo sobre las ciudades. Pero a los
seis días ya no quedaba signo de construcción alguna, sólo arrozales con
esporádicas tiendas de inspectores de riego. Si toda esta tierra vacía
alimenta al nuevo palacio, tienen que haber suprimido varias ciudades.
Quizás los habitantes estén conmigo dentro de los muros, saliendo unos
días por año para plantar y cosechar, y en los intervalos trabajando en
los jardines de los funcionarios
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