Hull, East Yorkshire. Poco antes de Navidad, un
anciano (único superviviente del naufragio de un barco de arrastre
ocurrido hace cuarenta años) es hallado muerto en el mar. En una
iglesia, una muchacha (único miembro de una familia que sobrevivió a
una matanza durante el conflicto de Sierra Leona) es acuchillada con un
machete. Un drogadicto (que logró huir de la casa en llamas donde
murió su familia) es abrasado en un incendio en un barrio de viviendas
de protección oficial. El sargento McAvoy, un fornido policía que es
mirado con recelo por el resto de sus compañeros debido a su
inquebrantable sentido del deber, será el único capaz de encontrar la
conexión entre estos tres crímenes y el asesino de aterradores ojos
azules que oculta su rostro tras un pasamontañas negro...
PRÓLOGO
El
anciano alza la vista y por un instante es como si estuviera mirando
por el extremo equivocado de un telescopio. La perio - dista está a
cuarenta años de distancia.
–¿Señor Stein? –dice
apoyando una mano tierna y cálida so - bre su rodilla huesuda–. ¿Podría
usted compartir con nosotros sus recuerdos de aquel momento?
Le
cuesta un esfuerzo de la voluntad casi físico retornar al presente.
Parpadea. Con el miedo propio de los ancianos a per - der sus recuerdos
se dice a sí mismo que debe ponerlos en orden. «Todavía estás aquí»,
piensa. «Sigues vivo.»
–¿Señor Stein? ¿Fred?
«Estás
vivo», se repite. El superpetrolero Carla . A setenta millas de la
costa islandesa. Una última entrevista en la cocina del barco, con su
tufo a fritanga y a café requemado, su olor a gasóleo y las ráfagas de
agua de mar. El rumor sordo y profundo de las voces de hombres sin asear
y la lana húmeda
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