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Mátalos suavemente

Jackie Cogan, sicario de la mafia de Nueva Inglaterra, es el encargado de «resolver» el atraco a una partida de póquer clandestina. Cogan, un profesional despiadado con la eficacia de un hombre de negocios y un sagaz sentido para percibir las debilidades ajenas, no se detendrá hasta localizar a los culpables y reparar el honor de quienes le han contratado.

Diálogos vivísimos, un humor mordaz y una tensión constante sostienen el suspense de una trama que se desarrolla en los ambientes criminales del Boston de los setenta, en los que se cruzan atracadores de poca monta, asesinos a sueldo, mafiosos y abogados corruptos.

Mátalos suavemente, la tercera novela de George V. Higgins, autor de Los amigos de Eddie Coyle, se publicó en 1974 y su éxito inmediato le consolidó como renovador del género negro. Su singular capacidad para plasmar con realismo la vida criminal llevaría a la crítica a calificarlo como «el Balzac de los bajos fondos de Boston». Un relato crudo y magistral de la mafia y de los hombres que aseguran su poder.

El lanzamiento de la novela coincidirá con el estreno en España de la película homónima dirigida por Andrew Dominik y protagonizada por Brad Pitt.
«El Balzac de los bajos fondos de Boston... Higgins tiene un talento singular para las voces, cada una tan inconfundible como una huella dactilar.» The New Yorker
«Merece un lugar junto a escritores de la talla de Chandler y Hammett como uno de los auténticos innovadores de la novela negra.» Scott Turow
«Qué diálogos... El escritor americano más próximo a Henry Green.» Norman Mailer
«Como Joyce, Higgins usa el lenguaje de forma torrencial, magníficamente hilvanado, con el fin de crear una impresión panorámica.» Roderick MacLeish (The Times Literary Supplement)
«Cualquier aspirante a novelista, no solo el que quiera escribir thrillers, debería espabilar y leer a Higgins.» John Grisham 

1
Amato -traje gris a finas rayas rojas, camisa de piqué rosa con las iniciales en el puño doble izquierdo, corbata granate y dorada- se sentó y los miró desde la mesa chapada en nogal con forma de riñón.
     -Lo reconozco, vaya par. Tenéis una pinta estupenda. Os presentáis cuatro horas tarde, hechos una mierda y apestando. Ni que acabaseis de salir de la cárcel, joder.
     -Culpa de este. Se ha retrasado. He tenido que esperarlo por ahí -dijo el primero.
     Ambos calzaban botas negras con incrustaciones de ante rojo. El primero llevaba un poncho verde militar, un raído suéter gris y vaqueros descoloridos. Era rubio, de pelo largo y patillas gruesas. El segundo vestía poncho verde militar, sudadera gris y unos sucios vaqueros blancos. Era moreno, el cabello le llegaba hasta los hombros y lucía una incipiente barba negra.
     -Tenía que guardar los perros -dijo el segundo-. Allí hay catorce perros, eso lleva su tiempo. No puedo largarme y dejarlos fuera.
     -También estás lleno de pelos. Te lo habrás montado con los chuchos, supongo -dijo Amato. 
     -Eso es de meneármela, Ardilla -respondió el segundo-. Acabo de salir y no me lo he montado como tú, con un buen negocio esperándote, vaya chollo. Yo tengo que buscarme la vida.
     -Johnny, puedes llamarme Johnny. Mis empleados me llaman «señor», pero tú puedes llamarme Johnny -matizó Amato.

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