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Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes

Abierto a múltiples fuerzas que desdibujan los límites de estados y continentes y agitan las aguas de las culturas locales, el mundo del siglo XXI se ha vuelto sin duda más fluido y navegable. De eso parecen hablar las nuevas formas errantes del arte y las ficciones de América Latina, sus artefactos móviles que se nutren de arraigos sucesivos o simultáneos y sus relatos espaciales que transforman las fronteras en pasajes, a tal punto que nos preguntamos si existe todavía América Latina y si hay una literatura y un arte latinoamericanos. Pero las versiones afables de la globalización como escenario de culturas reconciliadas no han conseguido engañarnos. Frente a un multiculturalismo condescendiente que exalta la diversidad sin alterar la dirección ni las estructuras de poder de los intercambios, frente a un nuevo exotismo que hace de los Otros fetiches coleccionables, se impone componer un nuevo mapa de América Latina. Basta atender a los saberes de un arte que reconfigura el mundo que lleva a cuestas sin señas de origen que lo antecedan y amplía el horizonte de lo diverso sin perder sus singularidades. Es lo que hace este sorprendente Atlas portátil de imágenes: busca respuestas a las preguntas por el lugar de América Latina en obras de artistas y escritores del continente que hoy recomponen el mundo en cartografías imaginarias, registran nuevos trayectos por ciudades caóticas o disciplinadas, revelan supervivencias fantasmales de otras tradiciones y otros tiempos, se abren a redes de relaciones azarosas o se confinan en esferas incomunicadas. Graciela Speranza confía en el principio atlas como un dispositivo de conocimiento por montaje, sensible a las constelaciones, las analogías, las migraciones y las discontinuidades que se traman ya no en el espacio imaginario de utopías consoladoras, sino en el de una heterotopía que provoca inquietud, incluso alarma. Inusual, certera y perspicaz, su lectura crítica recorta y compone las piezas en una «mesa de encuentros», razona el recorrido de la mirada, piensa con el arte en el entre dos de imágenes y palabras e invita al lector a leer en los intervalos. Pero confía sobre todo en la potencia irreductible de la imaginación artística, que puede cifrar en formas y relatos metáforas del presente y anticipaciones del futuro, promover el disenso frente al consenso generalizado y atisbar configuraciones todavía inaccesibles a otros lenguajes.

PRÓLOGO:
Atlas de atlas 
    Aunque la escena sucede en España, más precisamente en el Museo Nacional Reina Sofía, se abre, como corresponde a un atlas, a un centelleo caleidoscópico de otros lugares. Es enero de 2011 y afuera está el invierno madrileño, pero el tiempo se trastorna y las estaciones se suceden sin ninguna lógica cósmica en la secuencia anacrónica de imágenes que se reúnen en Atlas. ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?, la muestra que Georges Didi-Huberman montó en el museo, inspirada en el Atlas Mnemosyne de Aby Warburg. Desde la figura desmembrada del titán mitológico y las fotos de los paneles de Warburg que abren el recorrido, las obras que se muestran en las salas no se traman por afinidades temáticas o estéticas, ni por cánones clásicos o contemporáneos, sino por un relato más etéreo hecho de migraciones y supervivencias, que consigue reunir lo que las fronteras geográficas, históricas y estéticas por lo general apartan. Ahí están, por ejemplo, el atlas original que Rimbaud recortó para rearmar el mundo en sus viajes, el miniatlas absurdo de Marcel Broodthaers y la serie de postales I got up que el japonés On Kawara envió a sus amigos desde los lugares más insospechados del globo, consignando apenas la hora en que se había levantado. Pero hay también atlas menos literales, como la serie de asépticos Depósitos de agua de Berndt y Hilla Becher, los Cuarenta y ocho retratos de celebridades que Gerhard Richter compuso a partir de su monumental Atlas de fotografías y recortes, un herbario de Paul Klee, un álbum del taller textil de la Bauhaus, un desfile de gestos rituales en un video de Harun Farocki, manuscritos del Libro de los pasajes de Walter Benjamin, y diarios de viajeros y transterrados como Henri Michaux, Bertolt Brecht y Samuel Beckett. En una vitrina está el Atlas de Borges y es justo que sea así. Borges seguramente inspiró en parte la sucesión «sabiamente caótica» del conjunto, la historia del arte anacrónica de Didi-Huberman y las obras de muchos de los artistas que están en las salas, y debe ser por eso que frente a la foto de la tapa, en la que se lo ve sonriente a punto de levantar vuelo en un globo - quizás la única en que Borges sonríe-, me da una especie de orgullo ridículo. 

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