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El deseo de lo único. Teorías de la ficción

El deseo de lo único, en una edición preparada por el escritor y especialista Cristian Crusat, incluye, junto a todos los ensayos que pueden configurar esa poética literaria, el único testimonio directo que se conserva, en forma de entrevista con Schwob, y que sirve para reafirmar la vigencia de este autor excepcional al que vale la pena volver una y otra vez hasta que su obra conquiste el lugar que siempre ha merecido.

Schwob, dueño de una obra de ficción absolutamente personal y portentosa -de la que cabe destacar títulos como Vidas imaginarias o La cruzada de los niños-, fue también un brillante ensayista y autor de textos críticos tan sublimes como los que integran este volumen. Los ensayos de El deseo de lo único delinean las claves de la personal poética de la ficción de Schwob, además de explorar su faceta crítica, cuya fortuna pervive en algunos de los más representativos escritores contemporáneos. En ellos reflexiona sobre sus principios compositivos, su penetrante visión del arte literario y las sucesivas dualidades que articulan toda su producción literaria: arte frente a historia, terror y piedad, egoísmo y simpatía, lo particular y lo general. 

"No, no dudo que estemos en vísperas de una nueva alianza entre el arte y la vida. ¿Cuál será su influencia sobre el curso de nuestra sociedad? Lo ignoro. Que cada uno haga lo que pueda y busque su camino. En cuanto a mí, yo he escogido el mío e iré hasta el final", Marcel Schwob. 


 BREVE RETRATO Y FORTUNA
DE UN HOMO DUPLEX

Si las fechas de 1867 y 1905 abarcan la vida de Marcel Schwob, las de 1891 y 1896 comprenden esencialmente el despliegue de su obra literaria. Tras este fascinante y fecundo intervalo, persistió en la escritura de nuevos libros y en el estudio de «ese estado social que llamamos lenguaje». También tuvo tiempo de traducir, de olvidar el amor de una chiquilla tuberculosa y de poner su vida a disposición de otra mujer, e incluso de casarse con ella en Londres; de emprender numerosos viajes y cambiar de domicilio. Pero, por encima de todo, padeció una larga y penosa enfermedad y murió temprano.
Marcel Schwob acababa de cumplir veinticuatro años cuando mantuvo, en abril de 1891, la entrevista con W. G. C. Byvanck que abre este libro. A la sazón, Byvanck -fi lólogo y escritor holandés, director luego de la Biblioteca Nacional de su país- contaba cuarenta años. Dos meses antes, Schwob se había instalado en su nuevo y minúsculo entresuelo parisiense, sito en el número 2 de la rue de l'Université, «una suerte de antro sombrío, aplastado entre dos pisos», según su futura esposa. Por el tono de sus comentarios y de su correspondencia, resulta obvio que Byvanck le cobró enseguida simpatía a ese joven investigador que dos años antes le había pedido por carta un ejemplar de su ensayo sobre François Villon. En aquel entonces, Schwob preparaba un estudio sobre el argot francés, el primero de cuantos libros publicaría. Durante esa época nació su entusiasmo por Villon, la lengua popular y las clases criminales, intereses que le acompañarán toda la vida y a los que aplicará una erudición infalible y molecular.

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