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Augustus Carp

Augustus Carp es la autobiografía de un superintendente de la escuela dominical que se dedica a denunciar los pecados y debilidades de los demás ignorando, al mismo tiempo, los suyos. Aunque hace campaña en contra de la lujuria, del ocio, de beber y de fumar, se las arregla para indultarse a sí mismo y caer en una larga lista de vicios en nombre de la piedad. Su gula es justificada como un apetito saludable, delatar a los demás es un acto de devoción a la verdad, el chantaje es el mero castigo para los pecadores; mientras que tratar a su madre como una sirvienta esclavizada es simplemente rectitud patriarcal.

Cuanto más en serio se toma a sí mismo, más ridículo y repelente resulta. Sus frecuentes pérdidas de dignidad son estrepitosas: desde su incapacidad para descender de los autobuses sin caerse hasta sus problemas crónicos de flatulencias. Una inigualable sátira a la hipocresía que cuenta con ilustraciones de Robin.

La novela sigue a Augustus a través de las etapas de su vida, desde su nacimiento hasta sus 47 años, empezando con la infancia, siguiendo con sus días en el colegio y acabando con su vida laboral y su paternidad. Su actitud arrogante está marcada por el dominio del padre que le transmite esa visión deformada de su ego. Es una novela en la que el protagonista no madura ni evoluciona quedando atrapado en el proceso de crecimiento sin ningún punto de lucidez, un antibildungsroman. Desde su niñez ya es todo un tirano que se dedica a sobornar a sus profesores y continúa haciéndose de clubs "antientretenimiento", considerando a las mujeres como una terrible perdición, explotando a sus seres queridos y, en definitiva, destruyendo vidas.


Capítulo I


Ninguna disculpa por haber escrito este libro. Un deber imperativo en las actuales circunstancias. Descripción de mis padres y de su apariencia personal. Descripción de Mon Repos, Angela Gardens. Larga ansiedad previa a mi nacimiento. Alegría intensa cuando por fin tiene lugar. Decisión de mi padre respecto a mi nombre de pila. Temprana selección de mi primer padrino.

Es costumbre al publicar una autobiografía, según he comprobado, escribir un exordio que incluya algún tipo de disculpa. Pero hay ocasiones, y sin duda la presente es una de ellas, en que hacerlo es manifiestamente innecesario. En una época en que los valores morales han sido violentados o están a punto de desaparecer; en que todos los periódicos publican diariamente imágenes de violencia, divorcios e incendios provocados; cuando un buen número de chicas jóvenes fuma cigarrillos y, según me aseguran, incluso cigarros puros; cuando las mujeres maduras, madres de infelices niños, se adentran en el mar en bañadores de una sola pieza y los hombres casados, cabezas de sus familias, prefieren el parpadeo del cinematógrafo al credo de Atanasio, en una época así obviamente es un deber cuya elusión resulta injustificable el ofrecer al mundo un ejemplo mejor.

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