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El alma de las piedras

Tras emprender el primer capítulo de esta novela: El alma de las piedras de la escritora  Paloma Sánchez-Garnica, en tal sentido se me cruzo el Quijote, claro con sus distancias, pues los personajes que dan inicio a la misma se me parecieron al Quijote y a Sancho, pero con los papeles opuestos: “a lomo de su caballo, el Obispo Teodomiro seguía los pasos del ermitaño (Paio) , con la firme indecisión del que acompaña a un pobre loco extraviado del señor”. Este Paio de figura esquelética fue acopado por divinas alucinaciones que lo dirigían a la tumba de Santiago Apóstol. Esta historia comienza un día lunes, VIII del mes de septiembre de la Era del Señor de 824.

Esta novela tiene como fondo dos historias que se entrecruzan a lo largo de todo el libro, separadas por alrededor de 300 años, en la primera se teje un sueño donde denota la firme convicción de tres personajes: el Obispo Teodomiro, el escribiente o secretario Martin de Bilibio y el ermitaño Paio, que se echan al camino para buscar la tumba de Santiago Apóstol, con la idea de que dicho hallazgo convirtieran a su iglesia en un centro de oración y devoción en la que se pudiera venerar a Dios. En esta primera historia hay un trasfondo de engaño, si es por lo narrado por los personajes, los cuales seguían las ordenes de unas alucinaciones divinas y además el por qué de emprender dicha empresa, ese por qué emprender dicha empresa fue dejado escrito en un manuscrito denominado La Inventio donde explica como ocurrió el milagro, en ese viaje se es consciente del engaño relacionado al hecho. En la segunda historia se concretiza el engaño, pues tras la primera historia hay todo un silencio al móvil de la misma, que en cierta forma se parece algo masónico todo este enramado, pues es hasta finales del siglo XI, Mabalia de Montmerle, perteneciente a una familia noble de ducado de Borgoña relata como una traición a su padre, el conde de Montmerle, se ve en la necesidad de huir, la cual la obligan a mezclarse en un mundo de hombres: En su involuntario peregrinaje, recorrerá la senda de las estrellas que lleva a muchos hasta un lugar en el extremo más occidental, llamado el fin de la tierra, el finis terrae, donde todo lo pagano se sacraliza para “mayor gloria de Dios”. Será consciente de la evolución y la bondad que produce esa ruta: la construcción de ciudades, monasterios, caminos, puentes. Conocerá el lado más oscuro de los canteros y su extraña labor de “arrancarle el alma a las piedras”, con el fin de evitar el olvido, la ausencia de la memoria y mantener la dignidad del recuerdo.

“Hay lugares en los que las reliquias de santos revalorizan la importancia de las iglesias que las custodian. ¿Por qué no tener en nuestra diócesis unas reliquias que salven a los fieles del ostracismo en la que viven?..”
Es una novela para leer de un tiron, pues la linealidad de lo narrado así lo amerita. Creo que si algo he de sacarle a dicha novela es la crítica que hace a la religión, que a base de las reliquias tiene como  norte hacer grandes centros de peregrinación. Hasta donde llega la estructura lógica entre lo verdadero y lo falso de las reliquias que nos muestran, que independientemente de mover masas, a la vez mueve grandes fortunas, es un hecho de crear el mito en el ser humano, de darles algo a las personas para que crean.

En sus manos

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