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Historia cultural del dolor

Ensayo. La medicina suele distinguir entre signo y síntoma. El signo es objetivable mediante pruebas diagnósticas y el síntoma no. Y Javier Moscoso nos recuerda en Historia cultural del dolor que ese ha sido el primer atributo que tiene el dolor, su carácter subjetivo. Un segundo atributo del dolor como síntoma es su conceptualización. ¿A qué nos estamos refiriendo las personas cuando hablamos de dolor? ¿Son el sufrimiento, el miedo y la incertidumbre otras formas de expresar el dolor? Un tercer atributo del dolor son las disociaciones expresadas por la distancia existente entre la persona que lo sufre y la que lo observa, la diferente susceptibilidad de las personas ante el mismo estímulo, las diferentes escalas de medida y el paradójico encuentro del placer en el dolor, entre otras. Finalmente, un cuarto atributo del dolor viene determinado por sus características: crónico o agudo, errático o previsible, tolerable o incapacitante, tratable o resistente, consciente o inconsciente, y físico o psicológico. Los atributos del dolor determinan su resistencia y complejidad y, éstas, permiten a Javier Moscoso trazar un intenso recorrido histórico, filosófico, artístico y médico de una experiencia y percepción cuya fuerza expresiva es mucho mayor que la de un mero síntoma. Para ello, Moscoso configura un recorrido erudito del dolor que transcurre por ocho atributos culturales: representación, imitación, simpatía, adecuación, confianza, narratividad, coherencia y reiteración.

En el libro, el dolor aparece como un fenómeno social, que supera los diferentes reduccionismos a los que se le ha intentado someter desde la biomedicina para facilitar y simplificar su comprensión. De hecho, muchas veces el dolor de la persona se expresa mejor en el lenguaje corporal o en la expresión artística que en la palabra. Es por ello que el dolor rara vez es mudo, lo que convierte los silencios del dolor en algo que se hace visible mediante los atributos culturales descritos por Moscoso, desde la representación a la reiteración. A veces, parece que el dolor sólo existe en aquellas personas que lo padecen. Es algo que se tiende a contemplar como ajeno, que pertenece a otros. Nadie quiere padecerlo ni tampoco verlo. El dolor se ausenta en los demás porque genera impotencia e incomodidad en el observador, lo que transforma este sentimiento en estigma. Porque el dolor, al igual que el sufrimiento, la muerte o el miedo, es algo que se teme. Siempre se ha temido. Y como desde más lejos se observe mejor. Pero la historia cultural nos enseña que el dolor acaba estando presente en la biografía de todas las personas en algún momento de su vida y el malestar que produce nunca se acaba de olvidar, aunque se pueda ignorar. Además, la contemplación del dolor de "los otros" es, a la vez, una invitación a aprender y a temer el dolor para aquellos que lo quieren ver y no lo han sufrido. Es una experiencia que no deja indiferente. Y es ahí donde aparece la simpatía o lo que Elizabeth Costello, el personaje impostado del escritor sudafricano J. M. Coetzee llamaba "compasión" o la capacidad de compartir el ser ajeno, expresado en este caso por el dolor y el sufrimiento que afecta al otro. Es el dolor interrogativo del Iván Ilich de Tolstói. Ese dolor que como nos muestra Javier Moscoso siempre ha existido y es inherente a la condición de ser humano.

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