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Razón: portería

Una pareja recorre las calles de la ciudad en busca de un piso y a su paso va observando los carteles que en portales y ventanas dicen «SE VENDE» o «SE ALQUILA», y después añaden: «RAZÓN: PORTERÍA».El portero, en efecto, habitualmente da razón de los datos fundamentales del piso en cuestión, como metros cuadrados, número de dormitorios y baños, orientación y precio. Y con frecuencia dispone de las llaves para enseñarlo a los interesados. Este libro pregunta qué pasaría si esa misma pareja, en su deambular callejero, leyera un cartel que, a diferencia del primero, esta vez dijera: «SE VIVE, SE AMA, SE DESEA, SE SUFRE, SE ENVEJECE, SE MUERE. RAZÓN: PORTERÍA». ¿Quién no iría corriendo a pedirle razones al portero que explicaran el sentido de este extraño mundo?

Según Sócrates, la misión de la filosofía es
 logon didonai, que se traduce precisamente como «dar razón»: he aquí que los filósofos y los porteros se hermanan por sorpresa en igual cometido clarificador. Con la diferencia de que hoy los filósofos, perplejos, parecen que han extraviado la llave maestra que abre la puerta de la vida.
Las llaves de la vida
«Ay, ¿quién tuviera las llaves de la vida?», suspira el corazón dolorido.
Este libro continúa Todo a mil (Galaxia Gutenberg, 2012), reunión de los primeros treinta y tres microensayos de filosofía mundana publicados en la sección del mismo nombre que mantuve durante tres años en el suplemento cultural Babeliadel diario El País. Ahora Razón: portería añade los veintidós restantes que produjo esa colaboración hasta el último en que me despedí con una meditación sobre la gratitud. El presente libro toma su título de uno de estos microensayos aquí coleccionados, aquel en el que un cartel callejero anuncia que un piso «SE VENDE» o «SE ALQUILA» y añade: «RAZÓN: PORTERÍA». El portero de la finca, aunque sea por la expectativa de una propina, habitualmente sí sabe dar razón de los datos fundamentales del piso, como metros cuadrados, número de dormitorios y baños, orientación y precio. Y con frecuencia dispone de las llaves para enseñarlo. El ensayo imagina después una situación en la que un cartel de análoga factura proclamara, en lugar de lo anterior, lo siguiente: «SE VIVE, SE AMA, SE DESEA, SE SUFRE, SE ENVEJECE, SE MUERE. RAZÓN: PORTERÍA». Todos nos sentiríamos interpelados en lo más íntimo por esta promesa de explicación sobre nuestro extraño destino sobre la tierra y nos apresuraríamos a llamar a ese portero tan filosófico. Ya decía el Sócrates platónico que la misión del filósofo es logon didonai, que se traduce precisamente como «dar razón»: el filósofo, como el portero de finca urbana, debería ser capaz de dar razones y poseer las llaves.
«Ay, ¿quién tuviera las llaves de la vida?»
Esas llaves que abren la puerta de entrada al interior de la vida humana, nos permiten visitarla por dentro como si fuera un apartamento privado en venta o alquiler y formarnos una idea del conjunto. Si la filosofía custodiara el manojo de llaves con la diligencia exigible no estaría en condiciones de suministrar solucionesa las grandes antinomias existenciales, eso no, eso nunca. Pero sí al menos podríadar razones. Y quien vive asistido por buenas razones vive mejor. Con harta frecuencia lo que hace agobiante el peso de vivir no es tanto el hecho de tener que soportar la dura carga vital sino el no saber hacia dónde llevarla. La filosofía dulcifica la pesadumbre de la existencia siempre que su llave maestra entre en la cerradura de la puerta cerrada y ésta ceda al impulso que la empuja para abrirla. Se diría que, en la actualidad, la llave ya no entra o, peor aún, que la filosofía la ha perdido en algún rincón extraviado de su particular portería.

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