La escritora argentina Silvina Ocampo es una de
las figuras más exquisitas, talentosas y extrañas de la literatura en
español. Hija de una familia aristocrática, autora de una obra que, al
decir de Roberto Bolaño, parece provenir de "una limpia cocina
literaria", en torno a ella se han urdido mitos que envuelven no sólo su
obra, revalorizada con entusiasmo en los últimos años, sino También su
vida privada: la particular relación que tenía con su marido, Adolfo
Bioy Casares; su cambiante y chismosa amistad con Jorge Luis Borges, que
comía cada noche en su casa; sus presuntos romances con mujeres, como
la poeta Alejandra Pizarnik o la madre del propio Bioy; sus
perturbadoras premoniciones; sus ambiguos conflictos con la olímpica
Victoria Ocampo, su hermana mayor.
En
este libro, la argentina Mariana Enriquez, a través de una enorme
cantidad de fuentes bibliográficas y testimonios de amigos, críticos,
parientes y albaceas de Silvina Ocampo, cuestiona los mitos, descorre el
velo sobre los secretos, y mira con una intensidad única la vida de
quien vivió con el afán de permanecer oculta. El resultado es el retrato
emocionante de una mujer entrañable y oscura, inteligente y suavemente
perversa, dueña una imaginación desaforada (y de unas piernas
espectaculares), a quien hoy se considera una de las mejores cuentistas
del Río de la Plata.
PÁGINAS DEL LIBRO
A
principios de los 70, Elena Garro llamó a Bioy para avisarle que se iba
a Francia y que, desde México, le mandaba a sus gatos para que los
cuidara. Bioy no pudo decirle que no. Llegaron, entonces, los gatos de
angora. Eran cuatro, uno se llamaba Lafayette y se había enamorado de
Silvina, que odiaba los gatos: ella era una mujer de perros. Recibir a
los animales fue complejo y fue un acontecimiento: Bioy y un escribano
tuvieron que ir a buscarlos al aeropuerto internacional de Ezeiza. No
duraron mucho en la casa. Silvina, harta y seguramente enojada, los
mandó a una guardería. Nunca más se supo de ellos. A Elena le mintieron.
Recuerda Jovita en Los Bioy: "Bioy le había dicho a Elena que
los había llevado al campo, que allí estaban muy bien para que se
quedara tranquila. Pero ella, cuando lo supo, se volvió loca".
Había muchas otras amantes, presentes en la casa de Posadas, que
incluso trataban de hacerse amigas de Silvina. O que insistían para
quedarse a dormir y con frecuencia lo conseguían. ¿Tenían los Bioy un
pacto explícito de pareja abierta? Cuando Silvina murió, Bioy publicó
detalles de sus aventuras en sus diarios, pero nunca habló de un pacto
previo. En rigor, no habla demasiado de Silvina en sus diarios, como si
ése fuera el pacto, preservar el misterio sobre su mujer. En Descanso de caminantes,
por ejemplo, escribe: "Una situación que se repite. Llega siempre el
día en que la amante pide que me separe de Silvina y que me case con
ella; si todavía se limitara a decir ‘Vivamos juntos' a lo mejor
examinaría la petición... pero jamás me metería en los trámites de una
separación legal; no sé si alguna mujer merece tanto engorro".
Para amigos como Eduardo Paz Leston, "Silvina algo sufría, pero no era
para tanto. Él siempre volvía con ella. Siempre estaba de vuelta para
cenar, siempre dormía en la casa". Jovita, en una entrevista, contó: "Se
aguantaban el uno al otro. Eran muy cómplices. Una vez Adolfito estaba
en su escritorio con una mujer, Silvina abre la puerta y los encuentra
besándose. Entonces Silvina le dice: ‘Adolfito, por favor, no tanto'".
Para otros, como Juanjo Hernández, la publicación de estas confesiones
es absolutamente desagradable. Le dijo en una entrevista a la periodista
argentina Leila Guerriero: "Lo que aparece ahí es mera vanidad.
Mencionar así su relación con Elena Garro, con Beatriz Guido. Por ahí
estaba medio gagá, pero Victoria hizo quemar la correspondencia con
Mallea por ejemplo.
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