«Me veo obligado a hablar, pues los hombres de
ciencia se niegan a seguir mi consejo sin saber por qué. Si explico las
razones por las que me opongo a esta planeada invasión de la
Antártida-con su extensa búsqueda de fósiles y su minuciosa perforación
y fundición del antiguo casquete glacial-es totalmente en contra de mi
voluntad y mis reticencias son aun mayores porque es posible que sea
en vano. Es inevitable que los hechos, tal como debo revelarlos,
susciten dudas, pero si suprimiera todo lo que parece extravagante o
increíble no quedaría nada. Las fotografías guardadas hasta ahora,
tanto las aéreas como las normales, hablarán a mi favor, pues son
tremendamente gráficas y elocuentes».
"Obra maestra de la sugerencia, que nos promete frase tras frase algo espantoso y enloquecedor". Andrés Ibáñez, ABC
"Un apasionante relato de terror cósmico al estilo de Poe". Manuel Arranz, Levante
"Una obra maestra absoluta". Carles Barba, Qué Leer
"Casi ciento veinticinco años después de su nacimiento la obra de Lovecraft sigue gozando de un vigor extraordinario". Albert Sánchez Piñol, La Vanguardia
"Casi ciento veinticinco años después de su nacimiento la obra de Lovecraft sigue gozando de un vigor extraordinario". Albert Sánchez Piñol, La Vanguardia
"Un
escritor absolutamente recomendable en todos los sentidos, con un
territorio propio y delimitado, que tiende voluptuosamente al exceso.
Un festín para los amantes del género". La Provincia
"Los escritos de Lovecraft persiguen un solo objetivo: llevar al lector a un estado de fascinación". Michel Houellebecq
"Lovecraft
es un gran plástico del terror, tan sólo comparable a Poe. Es quizás el
más noble clásico del terror". Francisco Nieva
I
Me
veo obligado a hablar, pues los hombres de ciencia se niegan a seguir
mi consejo sin saber por qué. Si explico las razones por las que me
opongo a esta planeada invasión de la Antártida-con su extensa búsqueda
de fósiles y su minuciosa perforación y fundición del antiguo casquete
glacial- es totalmente en contra de mi voluntad y mis reticencias son
aun mayores porque es posible que sea en vano. Es inevitable que los
hechos, tal como debo revelarlos, susciten dudas, pero si suprimiera
todo lo que parece extravagante o increíble no quedaría nada. Las
fotografías guardadas hasta ahora, tanto las aéreas como las normales,
hablarán a mi favor, pues son tremendamente gráficas y elocuentes. Aun
así las cuestionarán por los extremos a que puede llegar una hábil
falsificación. Los bocetos a tinta, desde luego, los considerarán
evidentes imposturas, pese a la extrañeza de una técnica en la que
deberían reparar intrigados los expertos en arte.
En último extremo tendré que confiar en el buen juicio y el prestigio
de los pocos científicos que disponen, por un lado, de independencia
suficiente para sopesar mis datos por sus horribles y convincentes
méritos o a la luz de ciertos mitos primordiales y ciertamente
desconcertantes, y, por el otro, de suficiente influencia para disuadir a
los exploradores en general de llevar a cabo cualquier programa
apresurado y ambicioso en la región de esas montañas de la locura. Es
una lástima que hombres relativamente desconocidos como yo, vinculados a
una universidad pequeña, tengamos pocas posibilidades de influir en
asuntos de naturaleza tan descabellada, extraña y controvertida.
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